El ingenioso asalto del ladrón alemán amado por las mujeres y único estafador del mundo que tiene una estatua

El ingenioso asalto del ladrón alemán amado por las mujeres y único estafador del mundo que tiene una estatua

 

Al salir de la cárcel, a principios de 1906, después de cumplir una condena de 15 años por un robo frustrado a la caja de seguridad de un tribunal de justicia, Wilhelm Friedrich Voigt tenía 55 años, estaba prematuramente envejecido y no tenía dinero ni trabajo. Tampoco posibilidades de conseguirlo, ni siquiera con su antiguo oficio, el de zapatero remendón. La ley prusiana – que para nada estaba pensada en términos de rehabilitación – le impedía la actividad por ser un ex convicto.





Por Infobae

Si tenía un techo provisorio y un plato de comida se debía a que su hermana Bertha y su cuñado Manza, un encuadernador pobre, lo recibieron en su casa por lástima, aunque le dijeron que no sería por mucho tiempo. Es que ellos eran pobres pero honrados y estaba mal visto que albergaran a un malhechor reincidente, que sumaba un total de condenas de 27 años – casi la mitad de su vida – por diferentes delitos, desde falsificar un cheque de un marco agregándole un dos adelante para cobrar 21 hasta ese intento de robo en los tribunales donde todo había fallado.

Deprimido, Voigt pasaba los días vagando por las calles de Rixdorf, muy cerca de Berlín, donde vivían sus parientes, con una sola cosa en su cabeza: encontrar una manera de escaparle a la miseria. Fue durante uno de esos paseos cuando notó un hecho al que nunca le había prestado atención: que los uniformes militares – sobre todo los de oficial – inspiraban respeto y que los soldados obedecían sin cuestionar cualquier orden que les diera un superior.

Tuvo entonces una idea luminosa: aprovechar la obediencia ciega del soldado prusiano para cometer un robo – en realidad una verdadera estafa – que lo sacaría de pobre para siempre. Para eso, claro, debía “convertirse” en oficial. Mientras ideaba el plan viajó en tren hasta Potsdam, ciudad plagada de cuarteles del ejército prusiano y buscó una tienda que vendiera uniformes de segunda mano. En el negocio de un Trödler (así se llamaba a los ropavejeros judíos) encontró uno de capitán del Primer Regimiento de Infantería de la Guardia Prusiana y se lo probó. No solo le quedaba como si se lo hubieran hecho a medida sino que, mirándose al espejo, comprobó que sus grandes bigotes – al estilo del Kaiser Guillermo – y su rostro curtido le daban un aspecto tan autoritario como temible.

Para leer la nota completa, aquí