León Sarcos: Elías Canetti, una existencia para pensar el poder y la muerte

León Sarcos: Elías Canetti, una existencia para pensar el poder y la muerte

Todas las ideas, sensaciones e impresiones que grabamos sin orden ni concierto, desde que asumimos de niño la lectura como un oficio sagrado, se van sembrando en la memoria; abonado jardín donde germinan y luego brotan silentes botones de auroras, a los que un día otros anónimos floricultores, hiperósmicos –especialistas en seguir pistas a gratas huellas de perfumes–, se encargarán de prodigarle terneces y de consagrarlos como nuevas creaciones del genio humano. El verdadero libro: cada ser humano encuadernado en sí mismo.

Al pensamiento de Elías Canetti, al sentir de Canetti, a la escritura, a la vida y a la obra de este eximio pensador de origen búlgaro, resulta imprescindible dibujarlos en un breve perfil, con tres de sus reflexiones más selectas, para dar una visión de los alcances de su original legado al estudio de los orígenes del poder, el comportamiento de la masa, y la inimaginable riqueza de la metamorfosis permanente del escritor y de la condición humana.  

Sobre la muerte





Mientras no haya comprendido clara e incondicionalmente qué significa la muerte, no habré vivido. Todas las otras cosas que he emprendido, ya sea que las llevase a término o que las dejase en estado embrionario, no significan, comparativamente, nada…

Ya no sabría enumerar a todos mis muertos. Si lo intentara, olvidaría la mitad. ¡Son tantos y están en tantos sitios! Tengo muertos dispersos por toda la Tierra. Y así la Tierra entera es mi patria. Casi no queda un país que aún tenga que hacer mío; los muertos ya lo han hecho por mí… ¡Y pensar que quienes captan lo terrible del poder, no ven cuánto se sirve de la muerte! Sin muerte el poder sería inofensivo.

Lo que más me enamora del pensamiento del autor de Auto de fe, es que no se resigna, no cede jamás, nunca se arrodilla ni se rinde a la idea de la muerte, y eso lo hace adorable e “inmortal”.

Sobre la historia

Durante los años de preparación, cuando leía las cosas más diversas para prolongar el camino hacia Masa y poder, daba la impresión de estar perdido en un océano de lecturas… Pero yo seguía remando sin gobierno en mi propio mar… No tenía cómo justificar ese comportamiento, hasta que tropecé con la frase siguiente: Es posible que, en Tucídides, por ejemplo, haya algún hecho de primer orden que alguien advierta solo dentro de cien años.  Esta frase figura en la introducción a las Consideraciones de la historia universal.

Sobre escribir

El proceso de escribir tiene algo infinito. Aunque se interrumpa cada noche, la escritura como actividad es una sola y revela su máxima autenticidad cuando entra en escena sin recurrir a ningún artificio.

Sobre el escritor

No puede ser la tarea del escritor dejar a la humanidad en brazos de la muerte. Consternado, experimentará en mucha gente el creciente poderío de esta: él, que no se cierra a nadie. Aunque esta empresa parezca inútil a todos, él permanecerá siempre activo y jamás capitulará bajo ninguna circunstancia… Vivirá de acuerdo a una ley que es suya propia, aunque no haya sido hecha especialmente a su medida, y que dice:

No arrojarás a la nada a nadie que se complazca en ella. Solo buscarás la nada para encontrar el camino que te permita eludirla, y mostrarás ese camino a todo el mundo. Perseverarás en la tristeza no menos que en la desesperación, para aprender cómo sacar de ahí a otras personas, pero no por desprecio a la felicidad, bien sumo que todas las criaturas merecen, aunque se desfiguren y destrocen unas a otras.

La lengua absuelta (1905-1921)

Habla Canetti: Mi recuerdo más remoto está impregnado de rojo. Salgo por una puerta en brazos de una niñera. Ante mí el piso es rojo y la escalera también. Un hombre sonriente amigablemente viene hacia mí. Se aproxima y me ordena: saca la lengua. Yo la saco y él esgrime de su bolsillo una navaja.  Se acerca amenazadoramente con su filosa arma. En el último momento la retira de mi lengua y dice: Hoy todavía no, mañana, y la vuelve a guardar en su bolsillo.

La orden fue antes que el lenguaje.

Si escribes tu vida, en cada página tendría que haber algo que ningún hombre haya oído nunca. Así lo advierte Canetti y de la misma forma acomete su propósito para dejarnos una autobiografía, en tres sugestivos títulos: La lengua absuelta, La antorcha al oído y El juego de ojos, escritos en elegante, sobrio y ameno estilo; llenos de ricas e invalorables experiencias que relatan su infancia, su proceso de sólida formación, las relaciones familiares, amorosas e intelectuales que le llevaron a elaborar una obra digna de reconocimiento universal y a proyectar originales reflexiones sobre el poder,  el ser humano y la humanidad, que lo colocan en la cúspide, entre los pensadores más selectos del siglo XX.

En Rustschuk, en el bajo Danubio, en Bulgaria, vino al mundo el 25 de julio de 1905. Según Canetti, una ciudad maravillosa para un niño, donde vivía gente de distinta procedencia, en la que se podían escuchar siete u ocho idiomas diferentes el mismo día. El Danubio se ensancha en su curso a través del país. Giurgiu, la ciudad de enfrente, pertenece a Rumania. Escribe con nostalgia: de allí provenía mi nodriza, una campesina sana y fuerte, que amamantaba al mismo tiempo a su hijo, que traía con ella, y a mí.

Fue afortunado al nacer de la unión de dos padres, judíos de origen español, muy inteligentes y apasionados de la buena lectura, Jacques Canetti (1881-1912) y Mathilde Arditti (1886-1937), con quien tuvo una relación difícil y conflictiva luego de la muerte repentina de aquel a los 31 años, cuando Elías apenas era un niño; después, durante la adolescencia y definitivamente más complicada,  cuando Canetti comenzó su primera relación amorosa con Veza, mujer de talento descollante y ocho años mayor que él, que llegaría a ser su primera esposa. Tuvo dos hermanos: Jacques (1909-1997) y Georg Canetti (1911-1971).

Unas mejillas provocativas como manzanitas

La familia Canetti se mudaría a Inglaterra en 1911. Una de las etapas más felices de la infancia, gracias a el regalo de sus padres de los primeros libros: The Arabian Nights, Las mil y una noches, a las que siguieron Los Cuentos de Grimm, Robinson Crusoe, Los Viajes de Gulliver, Cuentos de Shakespeare, Don Quijote, La divina comedia y Guillermo Tell.

Hoy día, comentaba Canetti, me pregunto cómo era posible adaptar a Dante para los niños. El infierno me causó pesadillas que no quisiera recordar. Cada tomo tenía muchos grabados en color, pero a mí no me gustaban; las historias me resultaban mucho más hermosas. Sería fácil decir que todo lo que después he sido estaba ya en aquellos libros que leía por amor a mi padre a los siete años de edad. De entre las figuras de las que nunca pude desembarazarme solo faltaba Odiseo.

Todo lo que ocurría en Inglaterra –confiesa Canetti– me seducía por su orden. El deporte era la asignatura más importante y, desde el primer día, los chicos conocían las reglas de juego tan bien como si hubiesen nacido jugadores de criquet. Donald, mi primer amigo, me había creído tonto por las veces que me tuvo que explicar y repetir las reglas, hasta que finalmente las asimilé.

Lo que se haría para Canetti inolvidable sería la primera vez que puso sus ojos en una bella criatura llamada Mary Handsome: Yo le pegué mi corazón como un sello. Su nombre que en español traduce guapa, me maravillaba, no imaginaba que los nombres pudieran significar algo. Era más pequeña que yo, tenía los cabellos claros, pero lo más hermoso eran sus mejillas rojas como dos manzanitas.

Estaba tan hechizado por sus mejillas, confiesa Canetti, que solo quería besarlas. Me había olvidado de la maestra, de sus preguntas y del resto del salón. Me propuse acompañarla hasta la esquina de su calle, la besaba en la mejilla e inmediatamente salía corriendo en dirección a la mía.

Habíamos convenido que solo era posible el beso cuando llegara la despedida, de lo contrario ella se lo diría a su madre. Yo no le temía a su madre y un día, impaciente, la besé a mis anchas en las mejillas antes de llegar a la esquina y la perdí para siempre. Al otro día apareció su madre en el colegio y ya ustedes podrán imaginar las prohibiciones que se establecieron.

Pero, debo confesar que disfruté intensamente y me hizo inmensamente feliz mi atrevimiento. En casa, ante el asombro de la institutriz, empecé a cantar: ¡Little Mary is my Sweetheart! ¡Little Mary is my sweetheart! ¡Little Mary is my sweetheart!

Canetti confiesa: yo relacionaba todas mis experiencias de entonces con los libros que leía: Lo que con más fuerza crece es el miedo; es impensable lo poco que seríamos sin haber padecido miedo. Ningún miedo desaparece, pero sus escondrijos son indescifrables. De todas las cosas quizás sea el miedo el que menos cambia. Cuando pienso en los primeros años lo primero que reconozco son sus miedos, de los que hubo una riqueza inagotable.  Muchos de estos miedos los descubro solo ahora; otros, que no hallare jamás, deben constituir el misterio que me hace apetecer una vida eterna. 

La muerte acecha desde temprano

Hay una etapa muy triste en la vida de Canetti, en las relaciones con su madre, que está ligada sentimentalmente con la muerte de su padre. Mathilde, estando de reposo en un sanatorio en Reichenhall, el verano de 1912, le hizo a Jacques, a su regreso una confesión acerca de un romance con el medico encargado de su atención, que lo destrozó emocionalmente, pese a que ella se cansó de jurarle que no la había tocado. 

Muchas conjeturas se tejieron sobre las posibles causas de su repentino fallecimiento. Canetti terminaría aceptando la que menos daño le causaba emocionalmente. Sin embargo, pienso, en una pareja que había sido modelo, que se amaba con el mismo fervor de los primeros días y que se comunicaban en alemán-en una lengua que sus hijos no hablaban entonces-, para disfrutar más intensamente de su amor, debió ser muy amargo para su alma enamorada experimentar aquel imprevisto episodio de deslealtad matrimonial. 

Los griegos llegarían a los diez años, cuando empezó a practicar el alemán y su madre le regaló Las más bellas leyendas de la antigüedad clásica, de Schwab. Así conoció a Prometeo, que lo impresionó por ser un bienhechor de la humanidad y lamentó el inclemente castigo por parte de Zeus. A Heracles su liberador. Después a Perseo y la Gorgona con su mirada petrificadora. Faetón ardiendo en el carro del sol; Dédalo e Ícaro; Cadmos y los dientes de dragón, que relacionaba con la guerra que ya se había iniciado. 

Pronto entró al mito de los Argonautas e inexplicablemente quedó fascinado con Medea, a quien llegó a comparar con su madre y especialmente a Odiseo, que se convirtió en la verdadera figura de su juventud, por ser la imagen más representativa de la metamorfosis que sufren los caracteres de la condición humana.

Quien lea los tres volúmenes de su biografía podrá percatarse de la relación especial que se desarrolla entre madre e hijo, sobre todo a partir de la ausencia definitiva de su padre y la tensión que se vivirá desde que Herr Profesor como él llamaba al médico, su rival que siempre quiso conquistarlo y jamás pudo ni siquiera lograr que lo aceptara regalando colecciones enteras de libros maravillosos que él iba abandonando sin abrirlos debajo de la cama. 

El grado máximo de tensión entre madre e hijo se producirá cuando -después de cinco años, en Zúrich, según Cannetti, los más felices de su vida, en el último capítulo de La lengua absuelta titulado Paraíso perdido-, tenga lugar el diálogo más inteligente y descarnado que jamás haya leído entre una madre sumamente inteligente y dominante y un hijo hecho a su imagen y semejanza, enfrentados casi que como dos gladiadores en la arena; ella esgrimiendo los más rebuscados argumentos para formarlo en la Alemania derrotada, de las dificultades y la hiperinflación; él en plena adolescencia, enamorado de sí mismo, defendiéndose para seguir haciendo su vida confortable, en la apacible Zúrich. 

La antorcha al oído (1921-1931)

Hay algo muy especial en la personalidad de Canetti que lo hace un ser humano excepcional para adaptarse a cada entorno, por hostil y agreste que lo imagine antes de habitarlo, y es que siempre termina sacando provecho de él para su crecimiento personal. En su estadía en Frankfurt, además de obtener el dominio del alemán, gracias a un profesor de apellido Gerber que le concedió también el privilegio de darle acceso a la biblioteca de profesores, tendría la experiencia, en sus propias palabras, más importante de su vida en ese país, por medio de un actor de teatro de nombre Carl Ebert. 

Gilgamesh y Aristófanes

Durante una matinée dominical, Ebert había programado la lectura de una obra de la que Canetti nunca antes había oído hablar. Era más antigua que la Biblia: una epopeya babilónica. Él estaba al tanto de que los babilonios habían vivido un diluvio, y según la leyenda, se decía que había sido tomado de la Biblia.

Por ese solo motivo no hubiera ido –confiesa Canetti– pero leía Carl Ebert y esa idea le entusiasmó. Fue cuando descubrió el poema de Gilgamesh, obra que como ninguna otra lo marcó en la vida, en su sentido más íntimo, su fe, energía y expectativa.

El lamento de Gilgamesh por la muerte de su amigo Enkidu lo conmovió en lo más profundo de su ser: Por él he llorado día y noche, / No consentí que lo sepultaran, / por si mi clamor despertaba a mi amigo.

Lo he llorado siete días con sus noches, / Hasta que el gusano invadió su cara, / Desde que murió, no he vuelto a encontrar vida, / Y errante voy por la estepa como un salteador.

Vendrá su expedición contra la muerte, su peregrinación por las tinieblas de la Montaña Celestial y por las Aguas de la Muerte hasta que encuentra a su antepasado Utnapishtim, salvado del diluvio, a quien los dioses concedieron la inmortalidad. Por él quiere saber cómo se llega a la vida eterna. Es cierto que Gilgamesh fracasa y también muere. Pero eso no hace más que corroborar en nosotros –afirma Canetti– la necesidad de la expedición.

La cuestión de si creo o no en esa historia no me afecta, afirma; ¿cómo podría decidir, frente a la sustancia de la que estoy compuesto, si creo en ella? Pues no se trata de repetir como un loro que, hasta la fecha, todos los hombres han muerto, sino solo decidir si uno se resigna a aceptar la muerte o se rebela contra ella. Rebelándome contra la muerte he adquirido un derecho al brillo, riqueza, miseria y desesperación de cualquier experiencia. He vivido inmerso en esta rebelión infinita. Y si bien el dolor por los seres queridos que con el tiempo he ido perdiendo no es inferior al de Gilgamesh por su gran amigo Enkidu, tengo una ventaja sobre el hombre-león: que me importa la vida de cada uno de los seres humanos y no solo de mis seres más próximos.

En Frankfurt, eran los tiempos en que Canetti también leía a Aristófanes y quedó muy impresionado por la intensidad y consecuencia con que una sorprendente idea central origina y preside cada una de sus comedias. En Lisístrata, la primera que llegó a mis manos, la huelga de mujeres que se niegan a sus maridos puso fin a la guerra entre Atenas y Esparta.

Como en su época de nacimiento, con Aristófanes, cito textual: la comedia vive, para mí, de su interés general, de su mirada sobre los grandes hechos y problemas del mundo. Con estos sí que debe y actuar libre y temerariamente, permitirse ideas que lleguen al límite del desvarío, atar, desatar, transformar, confrontar, hallar nuevas estructuras para las nuevas ideas, no repetirse ni vender a bajo precio, exigirle al máximo al espectador, sacudirlo, sacarlo de sus casillas y agotarlo.

El descubrimiento de Karl Kraus

Es muy distintivo de la insatisfacción, pero también de la vehemencia de la juventud, el que un personaje, un fenómeno, o un modelo termine siendo cambiado por otro. Somos apasionados, volátiles y expansivos, en esa fase de la vida y nos aferramos a esto o aquello, lo convertimos en nuestro ídolo, al cual nos sometemos sin condiciones, y nos adscribimos ciegamente. Pero también con la misma facilidad, al igual que en el amor, rápidamente nos decepcionamos, lo derribamos de su pedestal y lo destruimos sin vacilaciones.

Durante la primavera de 1924, recién llegado a Viena de Alemania, dada la insistencia de los anfitriones, la familia Asriel –confiesa Canetti– decidió, luego de una apología que se hacía reiterada, aceptar la invitación para asistir a la conferencia número 300, en una sala de concierto atestada de gente hasta la sofocación –la Großer Konzerthaus Saal había sido habilitada– donde tendría lugar el encuentro con dos de los personajes que llegarían a tener mucha influencia directa en su vida intelectual y amorosa: Karl Kraus, el escritor y Venetiana Veza,  quien a futuro sería hasta su muerte en 1963, su primera esposa.

Hoy en día sé por qué Karl Kraus me cayó entonces tan a propósito, por qué sucumbí a él y por qué, tuve que ponerme a la defensiva contra su influencia… Ese nombre que tan a menudo oía en casa era el director de una publicación llamada Die Fackel (La Antorcha). Se preocupaba personalmente de cada coma, y quien quisiera encontrar una errata podía torturarse semanas enteras buscándolas.

La persona que escuchara a Kraus la primera vez quedaba tan deslumbrada, que no querría más volver al teatro. Comparados con sus disertaciones los espectáculos teatrales de la Viena de aquel tiempo resultaban aburridos. Él, actuando solo, era todo un teatro, aunque mejorado. Este prodigio se afirmaba en dos medios principales: la literalidad y el horror.

Karl Kraus odiaba la guerra e hizo de Die Fackel, pese a la censura, un instrumento de denuncia de anomalías y corrupciones que todo el mundo había pasado por alto. El público pensaba era un milagro que no hubiese terminado en prisión. Había escrito 800 páginas, Los últimos días de la humanidad, en el que recreaba de manera magistral los sucesos más resaltantes ocurridos durante la primera guerra. 

Cuando leía los pasajes en alta voz con sus modulaciones y su histrionismo, el auditorio quedaba suspendido. Nadie se movía de la sala, la gente apenas osaba respirar. En los años que tengo de vida, confiesa Canetti: No he conocido un orador igual a él en ninguno de los ámbitos lingüísticos europeos que me son familiares. 

Dos aportes adicionales haría Karl Kraus a Canetti, según su propio testimonio: Ante todo, un sentido de responsabilidad absoluta. Lo he tenido frente a mí en una forma rayana en la obsesión, y nada que fuese inferior me parecía digno de una vida. En segundo lugar, me abrió los oídos, y nadie hubiera podido hacerlo como él. Desde que lo escuché no me ha sido posible no escuchar. Empecé con las voces de la ciudad, con las exclamaciones, los gritos y las deformaciones verbales que captaba casualmente a mi alrededor, sobre todo con lo que era falso e inoportuno… Gracias a él comencé a entender que cada ser humano posee una fisonomía lingüística que lo diferencia de todos los demás.

La liberación del hechizo a la dictadura de Kraus se iniciará luego de haber escuchado diez o doce conferencias o de haber leído Die Fackel durante dos años y medio, cuando se empezaba a sentir que operaba una disminución de la voluntad de juzgar por sí mismo, y la insurrección partió precisamente de esa diferencia de gustos por la lectura, pues tácitamente se prohibía los autores condenados por él.

Kraus excluía del juego a los novelistas, a los narradores en general; Canetti piensa que le interesaban poco, lo cual fue una bendición. Pues así, pese a su despiadada dictadura, pudo leer con tranquilidad a Dostoievski, a Poe, a Gogol y a Stendhal. A pesar de todo, no fue una dictadura enteramente infructuosa; y como yo mismo me sometí a ella, y al final pude liberarme también espontáneamente, no tengo derecho alguno a acusarla.

El amor por Veza, es otra cosa 

En el caso de Venetiana “Veza” Taubner-Calderon (1897-1963) a quien conoció un despertar de la primavera, el mismo día que escuchó al mago Kraus, de quien pudo escapar; de ella y el hechizo que hizo a su alma no escaparía nunca. Cuando terminó la conferencia y se acercó a aquella exótica belleza que había estado sentada en la primera fila para ser presentado por su amigo Hans, esta fue la impresión de Canetti: 

Tenía un aire muy extraño: era una preciosidad, un ser que uno jamás hubiera esperado hallar en Viena, pero sí en una miniatura persa. Sus cejas, muy arqueadas, y sus largas pestañas negras con las que jugaba virtuosamente, moviéndolas con mayor o menor rapidez, me pusieron muy nervioso.

No exagero, si aun con cierta temeridad me atrevo a afirmar que una de las relaciones vívidas, reales, narradas en una autobiografía sobre la fundación amorosa con una mujer de desbordado talento y aguda inteligencia, la logra Canetti en La Antorcha al oído, al describir su enamoramiento como ocurre en el espacio y en el tiempo, sin cálculo, sin propósito, sin angustia, sin ansiedad, por lo que logra que luzca fluido, natural, misterioso, mágico, solo posible gracias a la transparencia de las almas y al desatado talento de los dos protagonistas. 

Canetti escribe que a los diez años empezó a sentir que estaba compuesto por muchos personajes, pero era una sensación difusa: no hubiese podido decir cuál de ellos hablaba a través de mí en determinado momento, ni por qué uno desplazaba al otro…

Y de pronto conocí a Veza, a un ser humano que había encontrado e instalado grandes personajes literarios en la multiplicidad de su propio interior: los había plantado en él y allí crecían, de suerte que, cada vez que los deseaba, los tenía a su disposición… Era un espectáculo maravilloso observar cómo Veza se movía lentamente entre sus personajes.

Veza se vuelve, en un instante de la narración, el más importante personaje de su vida. Ella llega a hacer retumbar los latidos de su corazón y le inspira una de las más bellas descripciones de la sonrisa que se ha escrito: 

El secreto de Veza estaba en su sonrisa. Era consciente de ella y podía convocarla, pero cuando hacía su aparición ya no era capaz de revocarla: la sonrisa permanecía y daba la impresión de ser su verdadero rostro, cuya belleza engañaba mientras no sonriera. A veces cerraba los ojos al sonreír, y sus negras pestañas se abatían hasta rozarle las mejillas. 

Entonces parecía observarse desde adentro, utilizando su sonrisa como lámpara. La imagen que veía de sí misma era su secreto, pero aunque se lo guardara uno no se sentía excluido de su mundo. Su sonrisa, un arco rutilante, llegaba desde ella hasta el observador. Nada hay más irresistible que la tentación de hollar el espacio interior de un ser humano. Cuando se trata de alguien que sabe disponer muy bien sus palabras, su silencio aumenta la tentación al máximo… 

El juego de ojos (1931-1937)

Hay una afirmación de Canetti que está directamente relacionada con su manera de entender y describir a los otros: En mi autobiografía no se trata absolutamente de mí. Esta nota es recogida en 1980, cuando termina de escribir La antorcha al oído y comienza la última parte de su trilogía, El juego de ojos, que concluye con la muerte de su madre a finales de los treinta, cuando se aproxima el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

El juego de ojos parece dar crédito a aquella ingeniosa sentencia, cuando en realidad da la impresión de irse sustrayendo, entre otras cosas, para revelar las muchas vertientes de los caracteres humanos, pero también para afirmar su independencia personal y marcar distancia con la influencia de algunos personajes y autores.

Esta obra semeja una exposición de cuadros en los que dibuja algunas de las personalidades más representativas   de la rica cultura vienesa de entreguerras. Así nos elabora los perfiles de: Hermann Broch, el director de orquesta Hermann Scherchen, Alma Mahler y su marido Franz Werfel, el escultor Fritz Wotruba, Robert Musil, James Joyce y entre otros, dos de sus amantes Anna Mahler y la escritora Friedl Benedikt.

Para justificar su sustracción, Canetti recurre a la idea manifiesta en otros escritos como El testigo oidor, donde el escritor reflexiona sobre los caracteres; es decir, la idea de que cada cual lleva dentro de sí mismo un número indeterminado de caracteres. Lo que conforma, según Canetti, “el tesoro de sus experiencias” que determinan la imagen que uno se hace de sí mismo y del resto de la humanidad. De los personajes esbozados, Canetti aísla unos pocos atributos que llaman su atención y los distingue de manera particular.

Los años en los que transcurre la narración (1931-1937) colocan al lector frente a un Elías Canetti ya formado, sólido intelectualmente, introducido en los círculos de la elite vienesa y consciente de su importante rol de escritor. Su personalidad para ese momento ya aparece orientada en la dirección por la que transitará el resto de su vida: la creación de su magna obra sobre la masa y el poder, acerca del cual dirá con la máxima solemnidad y orgullo a todo el que quiera escucharlo: Completarlo tardará decenios.

Dos hechos para mí serán determinantes en la confirmación intelectual y humana de su destino final. Dos antorchas, muchas lenguas, incontables lecturas, innumerables sueños y una diversidad de caracteres que hacen muy noble, gentil y humana, la quijotesca figura de este pensador en lucha incesante para llegar a explicar los orígenes del poder y la verdadera significación de la muerte: su matrimonio con Veza, amante odiada por su madre a quien sentía una rival y la muerte de Mathilde el 15 de junio de 1937.

Un desenlace de una obra magistral

Elías Canetti contrae matrimonio con Veza en febrero de 1934. Desde que su madre la conoció mostró su desagrado por una mujer ocho años mayor que él, con la cual no empatizaba desde el principio. El escritor había escondido a Mathilde el avance del romance para evitar confrontaciones inútiles que afectaban la paz espiritual de ambos. Antes le había enviado su primera novela, Auto de fe, y ella le había otorgado su reconocimiento por vía epistolar. 

Un año y medio después de consumado el casamiento, al enterarse su madre cuando la visitó en París, se desencadenaría una declaración de guerra plena de despecho en la que todas las expresiones serían manifestación de una madurada venganza, donde le revelaría la causa verdadera de la conversación que destrozó el corazón de su padre y la que ella había venido acomodando en versiones distintas, todas trastocadas, a lo largo de 23 años.

Por primera vez se descorría el telón para presentar el epílogo de una tragedia que, sin duda, sustituye a partir de la realidad la mejor versión de una obra de teatro escrita por uno de los grandes dramaturgos de la época. Canetti confiesa: ya no deseaba tener consideraciones conmigo. Ahora me tomaba en serio y me dijo la verdad.

En su estadía en Reichenhall, había conocido a un médico con el que conversaba en alemán, por quien se sintió muy atraída, práctica que solo realizaba con mi padre para celebrar el amor que desde muy joven los mantenía unidos. Era uno de sus rituales favoritos para mantener vivo en el recuerdo la fase más bella de su enamoramiento. De niño, recuerda Canetti, yo me consumía de envidia por aquellos diálogos en alemán que me moría por entender.

La atrajo aún más del médico, a quien después Canetti llamaba Herr Profesor, el hecho de que le diera a conocer a Strindberg, lectura de la que su madre se enamoró perdidamente y haría su escritor favorito. Y finalmente, ella le había confesado a su pretendiente que su personaje favorito de Shakespeare era Coriolano, a quien mi padre nunca había visto representado y que según expresa Canetti no le habría gustado, pues él no podía sufrir a la gente orgullosa y sin corazón. Él había sufrido mucho por la oposición de la familia de ella a su matrimonio.

El médico le propuso matrimonio y ella ni siquiera contestó y es cierto que nunca puso sus manos sobre ella, pero estuvo tentada cuando pidió a su padre prolongar su estadía. Sin embargo, ella volvió y puso la verdad a sus pies ocultando algunas piezas que quizás lo hubieran ayudado a aceptarlo o a confundirlo más.

Canetti cuenta que ella no le dio oportunidad para intervenir, apenas si tuvo una pequeña opción para interrumpirla y preguntarle, ¿por qué no dijiste toda la verdad?, lo que pareció enfurecerla más.

Tú no fueras lo que eres. Tú eres hijo de Strindberg.

Mi madre no podía vivir sin pensar en la venganza y me dijo: Dile a Veza que no tiene por qué temerme, la abandonarás como lo hiciste conmigo. Las historias que para mí inventaste se cumplirán.  Tú te verás forzado a mentir, eres un escritor. Por eso te he creído. ¿A quién creer sino a los escritores? ¿Voy a creer en los comerciantes? ¿En los políticos?

La revelación de la verdad acerca de mi padre –confiesa– me llenó de amargura y creí al partir, que el desahogo de la dura confesión para castigarme había servido de catarsis para perdonarme. Pues no era así, ese mismo año volvió a endurecerse, y sin rebajar y culpar a Veza, como en el pasado, declaró que nunca quería volver a saber de mí.

Un doloroso adiós

La encontré dormida, cerrados los ojos. Enormemente flaca, nada más que piel, así yacía… Quedé asustado. No obstante, puesto que a mí me llenaba su antigua energía, me invadió la desconfianza de que se escondiera de mí. No quiere verme, pensé, no me esperaba. Se da cuenta que estoy aquí y se hace la dormida; conocíamos los pensamientos del otro, porque eran los propios. 

Canetti le llevó rosas, que eran sus flores preferidas, cuyo perfume le resultaba irresistible. En el jardín de su infancia en Rustschuk, su madre se había hecho experta en el olor de rosas: cuando en los años buenos bromeaban a costa de las inmensas ventanas de su nariz, ella le decía que se le habían dilatado de tanto oler el perfume de las rosas.

Pero la tensión entre madre e hijo no disminuyó durante los días que duró la agonía de la enferma. Desde su lecho batallaba con su mirada enérgica. Se podía leer: no te perdono, me engañaste, me mentiste, y a pesar de que en ocasiones reinaba el sosiego, era común en ocasiones escucharle en una lánguida expresión: vete. 

Cuenta el autor de Masa y poder la impresión que guardó del entierro, después de su fallecimiento el 15 de junio de 1937: fuimos caminando detrás del ataúd un largo recorrido hasta el cementerio de Pere Lachaise, a través de toda la ciudad. Sentía orgullo, como si por mi madre me enfrentara a todos.  Nadie para mí había sido tan bueno como ella… Maldecía la ceguera de la gente que ignoraba a quién llevábamos allí a la tumba… 

Era un prolongado trayecto, mientras duró tuve el sentimiento de la obstinación: como si hubiera de conquistar por la fuerza el camino a través de aquel número de personas. Todos caían en honor a ella; había víctimas a diestro y siniestro, y ninguna era suficiente, ninguna capaz de saciar las exigencias de mi madre: la longitud del trayecto es lo que justifica los entierros. ¡Miradla! ¡Ahí está! ¿Lo sabías? ¿Sabéis quién yace ahí encerrada? Ella es la vida. Nada es sin ella. Sin ella vuestras casas se derrumban y vuestros cuerpos se encogen hasta que desaparecen.

Epílogo

Desde el año 1925 –comenta Canetti– me había propuesto averiguar qué era la masa y desde 1931 quería saber, además, cómo el poder surge de ella. En julio de 1927 es incendiado el Palacio de Justicia de Viena por multitudes dirigidas por los socialdemócratas. Este suceso marcaría directamente la concepción de Masa y poder. Época del interés del autor por la historia y la filosofía china. Descubrimiento de Zhuang Li. Lectura de los historiadores clásicos, en particular, de Tucídides.

En 1960, después de treinta años de incansable investigación, se publica en alemán Masa y poder. En octubre de 1981, Elías Canetti se hace acreedor del Premio Nobel de Literatura por sus escritos marcados por una amplia perspectiva, riqueza de ideas y poder artístico. El escritor declararía póstumamente coautora de Masa y poder a Venetiana “Veza” Taubner Calderón Canetti. Ella había fallecido el 1ro de mayo de 1963 en la ciudad de Londres.

Elías Canetti, falleció temporalmente mientras dormía, de una forma poco usual, bendita y bella, en su continua búsqueda del verdadero significado de la muerte un 14 de agosto de 1994 en Zurich. Venido a menos hasta la fama, como él mismo lo escribiera en 1985, cuatro años después de recibir el Nobel.

Leon Sarcos, abril 2024