Zoilo Abel Rodríguez: El 23 de enero y la doble moral chavista

Zoilo Abel Rodríguez: El 23 de enero y la doble moral chavista

Los que se refieren al difunto teniente coronel Hugo Chávez Frías como el “Comandante Eterno”, además de tenerse por sus “hijos” y herederos, son, en términos ético-políticos, tan campeones de la doble moral, vale decir, de la inmoralidad, como lo fue aquel en su momento.

Chávez –pese a haber irrumpido en el espectro histórico-político nacional bajo el signo de la conspiración y el golpismo– pudo más tarde llegar a la Presidencia de Venezuela investido de legitimidad, digamos que convencionalmente de origen, por la vía del voto popular y gracias a los mecanismos institucionales que, basados en taxativos preceptos de la Constitución, le sirvieron, en “bandeja de plata” y sin reservas, la Democracia, el Estado de Derecho y el sistema jurídico-electoral venezolanos.

Pero también se sabe que ni durante la campaña presidencialista ni después, ya ungido Jefe de Estado, dejó de hacerle apología, con su verbo y con sus actos, al modelo dictatorial y al militarismo, ni de cuestionar el sistema democrático. Los que le sucedieron en la detentación del poder fueron más allá de la quimera pro totalitaria de su líder: ellos, simplemente, “institucionalizaron” la dictadura neocomunista y pusieron a operar su ignominiosa cuanto devastadora maquinaria.





A propósito de la duplicidad moral de Chávez y de los chavistas, viene al caso recordar en este momento algo de lo que los “revolucionarios” prefieren no acordarse. En mayo de 1998, en plena campaña electoral presidencialista, Hugo Chávez Frías fue a España a entrevistarse con el general Marcos Evangelista Pérez Jiménez; vale decir, a rendirle honores, en La Moraleja, su mansión en Madrid, a quien fuera un dictador corrupto y sanguinario durante más de una década, y a pedirle apoyo político y “moral”.

La interesada cuanto vergonzante visita de Chávez tenía, en realidad, dos objetivos principales y taxativos: lograr que el General respaldara públicamente su candidatura, y solicitarle, además, el Plan de Gobierno que Pérez Jiménez había concebido para el período 1958-1963, el cual fue frustrado por su derrocamiento el 23 de enero de 1958.
Aunque la reunión duró apenas 30 minutos, en los cuales el sátrapa dizque lo escuchó, si bien atentamente, con manifiesto recelo, el mismo Chávez luego propalaría que PJ le expresó su respaldo con las siguientes palabras: “Comandante, usted representa todo lo que yo anhelo para nuestro país; bajo su presidencia, Venezuela volverá a ser la nación que soñó Bolívar”. Mas la verdad verdadera es que Chávez no logró ninguno de sus dos objetivos: Pérez Jiménez no solo no le dio el apoyo público rogado, sino que tampoco le entregó su Plan de Gobierno.
Trascendió igualmente que durante ese brevísimo encuentro el entonces candidato a la Presidencia de Venezuela, con el propósito de halagar a PJ, se permitió dos temerarios juicios de valor: uno descalificador del sistema democrático venezolano para ese momento vigente, y otro de encendido encomio a la gestión pública y administrativa del general Marcos Pérez Jiménez durante su ejercicio de gobierno. Era fehaciente que al ensalzar desproporcionadamente los resultados del mandato dictatorial, Chávez pretendía reivindicar institucional, política y moralmente al dictador.

Seis meses más tarde, la misma noche de su victoria en las Elecciones Presidenciales del 98, después de vanagloriarse de la intentona golpista que lideró el 4 de febrero de 1992, y de hacerle un efusivo reconocimiento a “la muchachada rebelde” que entonces lo acompañó en su atentado contra la institucionalidad democrática, Chávez manifestó su interés en que Pérez Jiménez regresara a Venezuela con todos los honores y ofreció facilitar desde la Presidencia que tal propósito se hiciera realidad. Si ello no llegó a concretarse, fue porque el exdictador nunca le tomó la palabra.

Es oportuno recordar, asimismo, que Pérez Jiménez, en consonancia con su indisimulada vocación golpista y absolutista, lo mismo que Chávez, fue el cabecilla de una cofradía secreta –denominada Unión Militar Patriótica– que se creó en el seno del Ejército en 1944, la cual, después de un muy pérfido proceso conspirativo, coronó con el alzamiento castrense que a finales de 1948 derrocaría al gobierno constitucional y democrático de Rómulo Gallegos.

Siendo todo esto patente e irrefutable a la luz de la Historia, ¿con qué moral, entonces, puede pretender la pandilla castro-chavista arroparse, como hipócritamente también lo hizo Chávez en anteriores ocasiones, con la gloriosa bandera libertaria que ha sido y sigue siendo el “23 de Enero” para los demócratas de este país?

¿Con cuáles argumentos, que no sean los del más cínico de los oportunismos, pueden Maduro, Flores, Cabello, los Rodríguez, Padrino y los demás cófrades de la satrapía, salir a la calle con el pueblo a honrar el espíritu de aquella memorable gesta civil que dio al traste con el régimen despótico de un reyezuelo criminal al que ellos aún le rinden pleitesía?

El “23 de Enero”, en estos tiempos de resistencia y de esperanza acaso más que nunca, es un símbolo de dignidad y de libertad para todos los venezolanos demócratas, y nunca dejará de serlo. Por eso hoy, con la fuerza del inmenso legado de aquel célebre día de hace 66 años, salimos a las calles de toda Venezuela a reivindicar su iluminador espíritu y a enfrentar con firmeza una dictadura tan oprobiosa como la perezjimenista, pero ciertamente más criminal, más depredadora y más corrupta.

Y por esa misma razón, con la mirada puesta en la Elección Presidencial próxima a realizarse, histórico evento en el cual los ciudadanos venezolanos libertarios sufragaremos por María Corina Machado, abanderada de la Dignidad, para llevarla a Miraflores, hoy nuestra consigna debe ser: por la Libertad, por la Democracia y por el Progreso de Venezuela, ¡viva el “23 de Enero”!