La “Operación Castigo”, la masacre de los nazis en la que ejecutaban a cien personas por cada soldado alemán muerto

La “Operación Castigo”, la masacre de los nazis en la que ejecutaban a cien personas por cada soldado alemán muerto

La matanza de Kragujevac es una de las más feroces, brutales y olvidadas de la Segunda Guerra Mundial. Está ligada al deseo de Adolfo Hitler de arrasar con la entonces Yugoslavia, con la enorme resistencia serbia contra los nazis

 

La carta, que no es una carta sino un garabato de urgencia en un pedazo basto de papel, es breve y dramática: “Mira, dale un beso a los niños. Niños, escuchen a Mamá. Cuídate, Laza. Adiós para siempre”. Es la despedida de un hombre que sabe que va a morir. Tiene palabras sólo para sus amores y para una cita improbable con la eternidad, “adiós para siempre”. De los 2.778 hombres y adolescentes asesinados por los nazis en la ciudad serbia de Kragujevac, entre el 19 y el 21 de octubre de 1941, perviven apenas cuarenta y dos garabatos casi idénticos, adioses desesperados de quienes no tienen más futuro que un pelotón de fusilamiento.

Por infobae.com





La matanza de Kragujevac es una de las más feroces, brutales y olvidadas de la Segunda Guerra Mundial. Está ligada al deseo de Adolfo Hitler de arrasar con la entonces Yugoslavia, con la enorme resistencia serbia contra los nazis y con el movimiento guerrillero que enfrentó la invasión alemana y que la golpeó tan duro que hizo tambalear los planes del Tercer Reich de avanzar en la recién invadida Unión Soviética. Para domar a los serbios, Hitler impuso un régimen de terror. Decretó que por cada soldado alemán muerto, serían fusilados cien civiles serbios. Y que por cada soldado alemán herido, serían fusilados cincuenta civiles serbios, sin que importara sexo, condición social, edad ni religión.

El 15 de octubre de 1941, las fuerzas rebeldes del general nacionalista Draza Mihailovich capturaron en la ciudad de Kragujevac a un pelotón alemán del 920 Regimiento del Tercer Reich. Su comandante envió al día siguiente al Tercer Batallón del regimiento a rescatar a los cautivos: fueron emboscados por Mihailovich que actuó, pese a que no coincidían para nada en política, con el líder comunista Josip Broz Tito, que luego de la guerra sería el hombre fuerte de Yugoslavia bajo la advocación de José Stalin primero y de la URSS luego de la muerte de Stalin. Como resultado de la pequeña batalla, diez soldados alemanes murieron y veintiséis fueron heridos.

Según la fórmula nazi, mil civiles serbios debían ser fusilados por los diez alemanes muertos y otros mil trescientos debían serlo por los veintiséis heridos. Eso es lo que hicieron. Entre el 19 y el 21 de octubre, los nazis asesinaron a más de dos mil trescientas personas. Los cálculos indican que fueron 2.778, una cifra que luego ascendió a 2.794 y que las investigaciones de posguerra elevaron a siete mil porque incluyeron otras matanzas nazis simultáneas. Todos los muertos lo fueron en la zona de influencia de Kragujevac, casi todos hombres, muy pocas mujeres, y una bandada de chicos de secundaria que fueron arrancados de sus aulas junto a sus profesores.

Entre tantas otras cosas, Hitler odiaba a Yugoslavia y en especial a Serbia que, de alguna manera, había vencido a la Alemania imperial en la Primera Guerra Mundial. El politólogo austríaco Walter Manoschek sostiene en un documental, Two Faces of War (Dos caras de la guerra), que los crímenes que cometió el Imperio Alemán en Serbia durante la Primera Guerra fueron tremendos. “Había un serbio colgado de cada poste de luz y de cada árbol. Y sin embargo, Alemania perdió la guerra”. Hitler quería vengar aquello. Y sus generales también. Pero Yugoslavia no quería una guerra, otra más, con Alemania.

En la primavera de 1941 Yugoslavia hizo lo que pudo para evitar un conflicto armado con Hitler. El primer ministro Dragisa Cvetkovic y el canciller Alexander Cincar-Markovic firmaron un pacto con Berlín el 25 de marzo. Pero dos días después, el 27, un golpe militar borró del poder al monarca serbio, Pablo, el príncipe regente, y puso en el trono al rey Pedro II, que era menor de edad. El golpe fue saludado con euforia por los serbios, que se lanzaron en Belgrado con violentas manifestaciones anti alemanas y rechazaron el pacto, o el supuesto pacto, con los nazis.

Aquello era un polvorín. Hitler supo enseguida que el golpe era una rebelión, un desafío a su imperio que iba a durar mil años. Ese mismo 27 de abril firmó la Directiva 25 que ordenaba la invasión a Yugoslavia y, a ser posible, su destrucción total, invasión a la que bautizó con un nombre alegórico: “Operación Castigo”. Decía parte de aquella directiva: “Tan pronto como haya suficientes fuerzas listas y la situación meteorológica lo permita, la organización terrestre de la Fuerza Aérea Yugoslava y Belgrado serán destruidas por los continuos ataques diurnos y nocturnos de la Luftwaffe”.

Días después, el 6 de abril, Joseph Goebbels, ministro de propaganda del Reich, dijo desde Berlín: “Desde primera hora de esta mañana el pueblo alemán está en guerra con el Gobierno de intriga de Belgrado. Sólo depondremos las armas cuando esta banda de rufianes haya sido eliminada definitiva y enfáticamente y el último británico haya abandonado esta parte del continente europeo”. Entre el 6 y el 12 de abril, Belgrado sucumbió bajo las bombas nazis. Cuando el ataque terminó, diecisiete mil civiles yacían bajo los escombros. El 17, el ejército real se rindió casi sin resistencia, el país fue desmembrado por las fuerzas alemanas de ocupación para dar nacimiento a estados independientes, Croacia, Montenegro, afines a las fuerzas del Eje.

La ocupación alemana hizo nacer a dos movimientos guerrilleros: Ravna Gora Chetnik, nacionalista, dirigido por el general Mihailovich, fiel al gobierno yugoslavo en el exilio en el Reino Unido y, de alguna forma, enemigo de los ataques contra las tropas alemanas cuando podían ser evitados porque, sostenía, no valía la pena sacrificar a cincuenta serbios por un alemán herido. También recordaba las violentas represalias alemanas de la Primera Guerra Mundial. Del otro lado estaban los partisanos comunistas bajo el mando de Tito, que se habían organizado tras la invasión alemana a la URSS y a pedido de Stalin, que había llamado a la resistencia de los países comunistas ocupados por Alemania. Pese a sus dos concepciones, e intenciones, opuestas, los dos grupos guerrilleros contaron con el apoyo de la población serbia que quería a los alemanes fuera de su territorio. Los “chetniks” de Mihailovich y los partisanos de Tito atacaron a los nazis y sabotearon líneas de comunicación y transporte y hasta llegaron a cierto pacto de no agresión mutua, al menos hasta que el invasor hubiese sido derrotado.

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