El ama de casa que se hizo revolucionaria, fue informante del FBI e intentó asesinar al presidente de los EEUU

El ama de casa que se hizo revolucionaria, fue informante del FBI e intentó asesinar al presidente de los EEUU

Sara Jane Moore in en la prisión del Condado de San Francisco en diciembre de 1975, luego de fallar en su intento de matar al presidente Gerald Ford meses antes (Photo by Janet Fries/Getty Images)

 

El hecho, ocurrido el 22 de septiembre 1975 en San Francisco, duró unos segundos pero cambió las vidas de sus protagonistas, básicamente tres: Sara Jane Moore, contadora y ama de casa de 45 años, que intentó cometer un magnicidio contra el presidente de los Estados Unidos; Gerald Ford, presidente de los Estados Unidos -sucesor de Richard Nixon tras el escándalo Watergate-, que por segunda vez en diecisiete días fue blanco de un atentado contra su vida; Oliver Sipple, ex marine, veterano de Vietnam, que desvió el brazo de Moore en el momento del disparo que podía ser mortal y luego fue centro de atención de la prensa por algo que nada tenía con ver con el episodio: ser gay. En síntesis: como en una película del mexicano Alejandro González Iñárritu (“Amores perros”, “Babel”, “21 gramos”), los destinos de estos personajes famosos y anónimos, que podrían no haberse cruzado nunca, confluyeron aquel día en la entrada del Hotel Saint Francis, San Francisco, tras una sucesión poco clara de causas y azares.

Por infobae.com





En este episodio histórico podemos sumar, como actriz de reparto de la realidad, a Lynette “Squeaky” Fromme, seguidora del Clan Manson, que había asesinado a Sharon Tate -por entonces embarazada y esposa de Roman Polanski- y a otras cuatro personas el 9 agosto de 1969 en una mansión de Rodeo Drive, Beverly Hills. Fromme, de 26 años, no había participado en aquella matanza y tampoco tuvo la efectividad de sus compañeros de secta cuando intentó asesinar a Ford, el 5 de septiembre de 1975 en Sacramento, Los Ángeles: corrió hasta él -que se dirigía a una reunión con el gobernador Jerry Brown-, gatilló su pistola y apenas escuchó un clic decepcionante antes de ser derribada por agentes Servicio de Seguridad. Diecisiete días después, al volver a salvarse de milagro, esta vez de Sara Jane Moore, Ford se convirtió en el único presidente de los Estados Unidos sobreviviente de dos intentos de magnicidio; y Fromme y Moore, en las únicas mujeres que estuvieron a punto de asesinar a un presidente norteamericano.

En el caso de Moore, las balas sí salieron, aunque no dieron en el blanco. La mujer esperó a Ford con una pistola 38 en la cartera en medio de un grupo de seguidores que lo esperaba en la puerta del hotel. Cuando lo vio salir, sacó el arma, le apuntó desde unos doce metros, disparó y falló por poco: la bala pasó por sobre la cabeza de Ford y se incrustó en una pared, detrás. En medio del estupor, la confusión y la estampida general, volvió a intentarlo. Pero Sipple, que estaba por azar detrás de ella, la tomó del brazo instintivamente y le hizo fallar el segundo disparo, que hirió a John Ludwig, un taxista de 42 años que finalmente se salvaría. La custodia presidencial lanzó a Ford dentro de una limusina blindada y arrancó raudamente rumbo al Air Force One en el que levantaría vuelo. Atrapada por fuerzas de seguridad, Moore -que iba vestida con ropa formal, pantalones color canela y una chaqueta azul bien planchada- dijo: “Si tenía la 44, no se me escapaba”. La frase y la situación no parecían tener sentido. ¿Lo tendrían?

Juicio y castigo

En el juicio, Moore, que era contadora y había tenido distintos trabajos ocasionales, no le hizo caso a su defensa -que procuraba demostrar que tenía problemas mentales- y se declaró culpable del intento de asesinato. Fue condenada a cadena perpetua. Durante la audiencia de sentencia, declaró: “¿Si lamento haberlo intentado? Sí y no. Sí, porque logré poco, excepto desperdiciar el resto de mi vida. Y no, porque mi acto fue una expresión correcta de mi enojo”. El fiscal federal James L. Browning Jr. sostuvo, en un primer momento, que todo indicaba que había actuado sola, pero que no descartaba posibles conexiones con grupos de extrema izquierda. Las declaraciones de Moore fueron confusas y sin indicios del móvil. Contó, ante la Justicia, que aquella mañana salió de su casa en el Distrito Mission (barrio hispano de San Francisco, California) y que, con el arma en la cartera, condujo por una autopista, “esperando que la detuvieran por exceso de velocidad”. Ya en la puerta del hotel, vio salir -según su relato- a un hombre que le pareció Ford y al que estuvo a punto de dispararle. “Diez minutos después, el presidente salió. Si se demoraba más, yo hubiera tenido que ir a buscar a mi hijo a la escuela”, dijo. Se refería a Frederick, de 9 años, el único de sus cuatro hijos que estaba a su cargo y que quedó protegido bajo custodia. Un amigo de Moore declaró que ella parecía vivir “en un mundo de fantasía”.

Con el paso de los días, surgieron informaciones difusas y contradictorias. Por un lado, se estableció que Moore estaba vinculada con el Ejército Simbionés de Liberación, grupo estadounidense de extrema izquierda que entre 1973 y 1975 cometió asaltos a mano armada, robos de bancos, secuestros y dos asesinatos; por otro, se confirmó un dato que venía dando vueltas: que la contadora era informante del FBI y funcionaba como infiltrada en la organización guerrillera. Quedaban demasiados hiatos, demasiados cabos sueltos. E incluso detalles extraños, como el de una pistola calibre 44 que la policía le confiscó a Moore un día antes del atentado. Eso fue lo que la obligó a comprarse la calibre 38, a la que no estaba habituada, que usó el 22 septiembre de 1975 por la mañana. El juez federal Samuel Conti, a cargo de la causa, especuló que Moore habría logrado su objetivo de haber tenido su propia arma, y que la 38 “funcionó de manera defectuosa”. Moore, evidentemente, pensaba algo parecido, de ahí su lamento que mencionamos: “Si tenía la 44, no se me escapaba”.

Cumplió su condena en la prisión federal de mujeres de Dublin, California, de donde logró fugarse en 1979, aunque fue atrapada y devuelta a prisión días después (“De haber sabido que iban a encontrarme, en cambio de esconderme me iba a un bar a tomar algo y comer una hamburguesa”, dijo, pragmática). En la cárcel trabajó en un programa para reclusos llamado UNICOR, como contadora principal de Internos Operativos, por un dólar con veinticinco centavos la hora. También desarrolló muchas otras actividades, algo lógico, si pensamos que estuvo 32 años detenida. Fue liberada el 31 de diciembre de 2007, a los 77 años: salió bajo libertad condicional, concedida -en aquellos tiempos- a reclusos con más de treinta años de cumplimiento efectivo de la condena y buena conducta. Ford había fallecido un año antes, el 23 de diciembre de 2006, a los 93 años. Al quedar en libertad, Moore declaró lo contrario de lo que había declarado al entrar en prisión: “Estoy muy contenta de no haber tenido éxito en 1975. Ahora sé que estaba equivocada al intentarlo”.

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