Mary Toft, la mujer que consternó a Inglaterra por “dar a luz a conejos”

Mary Toft, la mujer que consternó a Inglaterra por “dar a luz a conejos”

La mujer fue investigada por varios científicos. FOTO: Página oficial Wellcome Collection. / iStock

 

Con el ceño fruncido y el sudor corriendo por su frente, la joven británica Mary Toft se disponía a dar a luz. Después de un embarazo complicado, por fin lo había logrado, por fin tendría en sus brazos a una pequeña criatura que provenía de su vientre.

Por eltiempo.com





Este era su parto número doce y el ginecólogo John Howard estuvo atento al nacimiento de lo que sorpresivamente era una bola de felpa con patas y orejas largas. Así es, del vientre de la mujer había nacido un pequeño conejo blanco, pero que lamentablemente había fallecido.

No obstante, no fue el primero que nació así, ni el primer animal que salió de ella. Para ese momento, la chica de 25 años había tenido cuatro partos en los cuales había dado a luz una cabeza de gato, una cabeza de un conejo, extremidades de felinos y nueve conejos pequeños, razón por la cual se mantenía en constante observación por parte de profesionales de la salud y científicos que se sentían fascinado por tal aberración.

Pero, ¿realmente una mujer pudo engendrar un conejo?, ¿por qué había patas de gatos dentro de su vientre?

El primer caso: un aborto y un gato

En agosto de 1726, la mujer oriunda de Godalming, Inglaterra, tuvo un aborto espontáneo que la hizo perder su cuarto hijo. Sin embargo, todo se comenzó a tornar un poco extraño cuando, un mes después, la mujer entró en labor de parto.

Corría la tarde del 27 de septiembre de ese mismo año, cuando las contracciones hicieron que la Toft gritara de dolor. Tanto así, que su vecina Mary Gill escuchó sus súplicas y corrió a auxiliar a la joven. Sin embargo, cuando la criatura nació, el impacto fue tal que la matrona decidió avisar a los médicos lo sucedido.

La mujer tuvo entre 15 y 17 partos documentados. Foto: Página oficial Wellcome Collection.

 

Aquella criatura era realmente un gato muerto y sin hígado, abierto y con varias lesiones. Esto le llamó la atención al médico obstetra y ginecólogo John Howard, quien, después de escuchar lo sucedido, corrió a la humilde casa de Mary y allí su suegra, Ann Toft, le dijo que durante la noche había dado a luz más partes de animales.

Fue entonces cuando el médico tomó la decisión de observar a su nueva paciente por un mes, tiempo en el que, asombrado, finalmente registró tres partos distintos, en los cuales salió una cabeza de conejo, los aportes de un gato y nueve conejos bebés muertos.

Howard, intrigado y asustado, guardó en frascos todos los especímenes y los colocó en la estantería del cuarto de la mujer para tenerlos como evidencia, pues, posteriormente, envió cartas a algunos de los médicos y científicos más importantes de Inglaterra y al mismísimo rey Jorge I, informándoles de los turbulentos nacimientos.

Aun así, nadie le creyó. Ni las autoridades ni la comunidad científica le prestó atención a lo que decía, a excepción del Rey quien, curioso por lo que decía, envió a Nathaniel St. André, cirujano y anatomista suizo, y Samuel Molyneux, secretario del Príncipe de Gales, para que investigaran el caso.

Un ‘espectáculo’ médico

El 15 de noviembre los dos hombres llegaron en el momento justo a Guildford, una pequeña ciudad británica a la cual Mary había tenido que ser trasladada para poderla monitorear más de cerca.

Al momento de cruzar la puerta, Mary estaba en las últimas etapas del parto con un decimoquinto conejo y durante las horas siguientes siguieron más. Los hombres apenas podían creer lo que veían. Como si de un parto auténtico se tratara, el abdomen de Mary se estremecía, como si los animales estuvieran saltando, intentando salir de su vientre.

Sin pensarlo dos veces y convencido de que estaba ante un milagro médico, St. André ordenó que se le llevara a la mujer a la capital para ser expuesta ante un grupo de científicos capaces de comprender la situación, además de presentarle al Rey y Príncipe de Gales algunos de los conejos guardados en escabeche -un líquido compuesto de especies que lograba conservar alimentos y animales en ese momento- debido a que aún no se había descubierto el formol.

Pero el Rey no terminaba de creerse la historia. Debido a que sus hombres corroboraron los hechos, decidió llamar a un cirujano alemán, Cyriacus Ahlers, y a su amigo, el Sr. Brand, a Guildford para investigar más a fondo lo que estaba ocurriendo.

Quince minutos de fama

El nombre de Mary Toft estaba en boca de todos los británicos de la época. Su caso fue documentado por numerosos periódicos que la tildaban de ‘increíble’ y en efecto, era tan raro que muchos médicos no podían creerlo.

Cuando Ahlers vio la escena, se dio cuenta de que algo no andaba bien. No solo eran los extraños partos, sino los animales en sí.

Al terminar uno de los alumbramientos, el cirujano tomó a uno de los conejos y abrió su vientre. Si se hubiese engendrado en el útero de la mujer, no debería tener nada raro en su estómago; pero al final, el médico encontró que las heces en el recto de uno de los conejos contenían maíz, heno y paja, lo que demostró que no se pudo haber desarrollado dentro de Mary.

A esto se le sumó que el médico y obstetra Sir Richard Manningham también se animó a investigar el controversial caso y quién más tarde sería el que le pondría punto final a todo el espectáculo que se estaba dando.

El 29 de noviembre, Mary Toft fue llevada a Londres. Desde el 30 de noviembre al 9 de diciembre, varios médicos pudieron observar de cerca, pero, para bien o para mal, no tuvo ningún parto.

Así fue como varios expertos comenzaron a sospechar y creer que todo había sido un fraude, a pesar de que la mujer presentaba graves infecciones y tenía extrañas dilataciones vaginales.

La vergüenza del gremio

Mary era una joven analfabeta, de un barrio pobre y de temperamento fuerte. Su marido, por su parte, se las apañaba con lo que salía en el día a día. Su vida era dura y se dedicaba al hogar, especialmente a cuidar a sus tres pequeños hijos.

Pero todo eso cambió cuando empezó a dar a luz a animales muertos. A pesar de que los primeros médicos que la vieron creyeron que estaban ante un milagro legítimo, el 7 de diciembre de 1726, Mary aceptó que no todo era lo que parecía ser.

Unos días antes, el 4 de diciembre, el portero del lugar en el que se estaba quedando, el señor Thomas Howard, fue atrapado tratando de colar un conejo bebé. Días después, los dos fueron llevados a juicio ante el juez de paz sir Thomas Clarges.

Allí, Mary, presionada por el Tribunal, admitió que había estado insertando animales muertos en su vagina y luego había pretendido dar a luz.

Jamás explicó por qué, ni las intenciones que tenía. Solo admitió lo que había sucedido.

Sin más preámbulo, dos días después fue acusada de ser una “tramposa notoria y vil” y enviada a la prisión de Bridewell. Aun así, esto no duró mucho, pues el caso fue desestimado por la vergüenza que sentía el gremio médico de haber participado y creído en un acto como ese.

No obstante, para los médicos que habían presionado fuertemente para que su caso fuese revisado, el destino estuvo de su lado. Bueno, para casi todos.

El único que se vio afectado fue St. André, quien perdió toda su reputación y falleció en medio de la pobreza en Southampton
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