Los 60 minutos más célebres de la radio cuando Welles aterrorizó a la audiencia con un ataque extraterrestre

Los 60 minutos más célebres de la radio cuando Welles aterrorizó a la audiencia con un ataque extraterrestre

Cuando Orson Welles presentó la célebre emisión de La Guerra de los Mundos tenía 23 años

 

Hace exactamente 84 años se grababa la transmisión de radio más famosa de la historia. Poco antes de convertirse en un prestigioso director de cine, la noche del 30 de octubre de 1938 de vísperas de Halloween, desde el Estudio 1 de la Columbia Broadcasting System (CBS) en Nueva York, un joven Orson Welles desataba una ola de pánico entre los ciudadanos norteamericanos.

Por Infobae





La narración que duraba una hora sobre La Guerra de los Mundos, basada en la novela de Herbert George Wells, fue tan, pero tan realista que la gente huyó despavorida de sus casas y también ciudades, según los titulares de los medios de la época, pensando que estaba bajo un real ataque alienígena. El programa tenía repetidoras en todo Estados Unidos.

Los límites entre la realidad y ficción se borraron durante la transmisión, y también respecto de lo sucedió a partir de ese día con la creación de un mito que fue creciendo con el paso de tiempo. No obstante, ese 30 de octubre quedó en evidencia como nunca antes el gran poder de los medios de comunicación y la responsabilidad de quienes están al frente.

Orson Welles, que a los 23 años ya era actor y había dirigido obras teatrales, cada semana ponía su voz en “novelas” radiofónicas, en una época en que la radio era el aparato más importante en los hogares. Por lo general, presentaba clásicos como Drácula, de Bram Stoker, o 20 mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne. En esta oportunidad, para generar un golpe de efecto y sorprender a la audiencia, se le ocurrió presentar la historia con un cruce de géneros y registros, que terminó confundiendo a muchos y causando pánico.

Antes de iniciar la emisión, la CBS había presentado el programa On Air, de Orson Welles, que ese día estaría dedicado a una adaptación teatral de La Guerra de los Mundos, acompañado por la compañía teatral Mercury, que él mismo dirigía. “Señoras y señores, a continuación, el director del teatro Mercury y el protagonista de esta emisión, Orson Welles”.

El actor leyó una introducción para entrar en clima: “Sabemos ahora que en los primeros años del siglo XX nuestro planeta estaba siendo observado muy atentamente por inteligencias superiores a la del hombre, aunque también tan mortales como las nuestras (…) “Inteligencias poderosas, frías, carentes de sentimientos, contemplan con envidia nuestro planeta Tierra, nadie duda de que preparaban un plan contra nosotros”.

Como suele suceder en la radio, buena parte de la audiencia no estuvo atenta a la presentación y ni hablar de quienes se sumaron más tarde, que quedaron confundidos con los “cables” de último momento, que interrumpían una programación musical supuestamente emitida desde el Hotel Meridien, donde tocaba una orquesta.

Welles le ponía la voz al profesor Pierson, un científico que explicaba los extraños fenómenos que iban ocurriendo en el minuto a minuto, y el actor Carl Philips, tenía el rol de periodista.

Todo comenzaba con el inocente pronóstico del tiempo, aportado por el Departamento Central de Meteorología. Luego se informaba a los oyentes que continuaría la transmisión desde el Hotel Meridien de Nueva York para escuchar la música de Ramón Raquello y su orquesta, que empieza tocando La Paloma y luego La Cumparsita,, que tras los primeros acordes, es interrumpida por un locutor que explica la razón: “Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de música para comunicarles una información de último momento, procedente de la Agencia Intercontinental Radio. A las 8 menos veinte, hora central, el profesor Farrell del Observatorio Mount Jennings, Illinois, comunica que se han observado en el planeta Marte algunas explosiones de gas incandescente, que se suceden en intervalos regulares. El espectroscopio revela que se trata de hidrógeno y que este gas se mueve hacia a la Tierra con mucha velocidad”.

Y ahí el locutor presenta al personaje de Welles, el profesor Pierson, del Observatorio de Princeton, quien corrobora el fenómeno, para volver al recital de Querello y reanudar La Cumparsita y terminar ejecutando otro tema, afín a este episodio: Polvo de Estrellas.

Nuevamente el programa era interrumpido para anunciar una entrevista con prestigioso astrónomo Pierson (Welles). El periodista Carl Philips transmite desde el Observatorio de Princeton. La entrevista es seria, muy técnica y abundante en terminología científica. Las interrupciones con noticias de último momento marcan el ritmo de la transmisión. Como la llegada de un telegrama de otro científico, con la noticia de un sismo en Nueva Jersey. Se hablaba de la caída de un meteorito en una granja de Nueva Jersey, que terminó resultando otra cosa más espeluznante para la audiencia, una nave extraterreste.

Desde la granja el corresponsal continuaba reportando los nuevos acontecimientos, entrevistando testigos, brindando detalles de cada cosa que veía, mientras mantenía a todos en vilo. “Señoras y señores, esto es lo más terrible que he visto en mi vida” y continúa “algo se arrastra. Parece una serpiente grisácea. Y ahora otra más. Y otra más. No. Ahora que lo veo mejor, son tentáculos. Es una criatura gigante, más grande que un oso y de cuerpo brillante”, describía al monstruo, el compañero de elenco de Wells. En el relato se olvidaron de un detalle muy importante, el de recordar que era una ficción. Cuando volvieron a hacerlo, ya era tarde.

El periodista dice que tiene ganas de salir corriendo y que también le faltan palabras para describir lo que está viendo. Pero reproduce fielmente cada rasgo de la horrible criatura, con lujo de detalles y sus movimientos, lentos, “tal vez a causa de la gravedad”. Mueve el largo cable de su micrófono, dice que la gente se echa atrás y tiene que interrumpir la transmisión. Después regresa “al aire” a los minutos donde la situación se agrava y se torna dramática. Se escuchan “en vivo” los primeros gritos mortales de humanos, víctimas de los marcianos, que prendieron fuego el lugar y los quemaron vivos. Se corta abruptamente la transmisión del periodista Philips.

Si se escucha la grabación completa, una joya que se puede encontrar en YouTube, se entiende que haya habido personas confundidas respecto a lo que escuchaban, porque se asemejaba más un programa periodístico, que un radioteatro. Los efectos realistas dan cuenta de que Welles era muy joven muy talentoso: había interrupciones permanentes, desprolijidades del minuto a minuto, descripciones con datos precisos, el registro del lenguaje científico, bien estudiado, los móviles, las voces de fondo de policías y los gritos de la gente.

Antes de que terminara la emisión radial, llegó al policía a los estudios de la CBS. Y al día siguiente, los diarios salieron con titulares sobre el caos desatado por Welles. The New York Times: “Oyentes en pánico confunden una ficción sobre la guerra con la realidad”. The Boston Herald: “Una pretendida invasión marciana sumerge al país en el pánico”. The Southbridge News (Massachusetts): “Un pánico colectivo se apodera de la ciudad y del país tras una emisión radial sobre La guerra de los mundos”

Según el sociólogo francés Pierre Lagrange, que investigó el fenómeno generado por esa transmisión y que dio lugar al libro ¿La guerra de los Mundos tuvo lugar? (2005) dijo que si bien algunos oyentes llamaron a la radio o a la policía el motivo fue porque dudaron de lo que estaban escuchando y querían informarse. Y asegura que allí nació la leyenda y que los diarios se replicaron unos a otros sin que nadie haya vuelto a verificar la amplitud del supuesto pánico.

Lagrange cree que hubo exageraciones, como gente que se refugió en montañas para estar a salvo de la invasión. El sociólogo dijo que la fama posterior de Welles, con su gran estreno como director de Ciudadano Kane (1941) hizo que la leyenda se agrandara aún más. Y el tercer factor. Se sumaba la satisfacción de la gente de radio de poder ostentar su influencia en el público.

Por último, termina diciendo que fueron los intelectuales quienes subestimaron a los norteamericanos, dejándolos en un lugar de tontos y crédulos.