Pedro Pablo Aguilar, por Gehard Cartay Ramírez

Con la muerte de Pedro Pablo Aguilar este pasado 22 de septiembre la política venezolana contemporánea pierde a uno de sus líderes de mayor seriedad, probidad y profundidad.

Se trata de tres características que muy poco se consiguen entre los dirigentes políticos que han aparecido en esta Venezuela atribulada de las primeras décadas del siglo XXI, tanto dentro del régimen como en la denominada oposición. Tampoco abundaban -por cierto- en los años finales del siglo pasado, pero sin duda se podían conseguir en mayor número y en casi todos los partidos y en sus distintas generaciones. Por desgracia y con posterioridad, cuando la política se convirtió en un espectáculo más que en una actividad seria y responsable, aparecieron entonces algunas figuras para quienes lo importante era salir en televisión, aunque no tuvieran nada significativo que decir.

Pedro Pablo Aguilar, por el contrario, fue un dirigente que ejerció la política con mucha seriedad, dicho sea en sus dos sentidos: el de la adustez en el gesto, sin perder su humildad, sencillez y cordialidad, y también desde el punto de vista de la mesura, la sensatez y la gravedad con que asumió los asuntos que así lo demandaban, aparte de la formalidad y disciplina que estos reclaman, sobre todo en materia de responsabilidades públicas.





En cuanto al primer aspecto hubo quienes consideraban a Pedro Pablo Aguilar demasiado serio, y por ello conjeturaban que como líder político carecía de carisma, ese raro atributo, en cierto modo indefinible, que por lo general se les reconoce a los políticos simpáticos, sin considerar, en realidad, su verdadera conexión en materia de ideas y conceptos con quienes se relaciona, y no por la sonrisa y el modo “de pasarle la mano” a la gente.

Lo cierto es que en política el carisma ha sido un concepto tan manoseado que ha terminado perdiendo su verdadera esencia. La mayoría confunde la simpatía personal con el carisma. Si algún dirigente es simpático y “cae bien”, automáticamente se le tiene por “carismático”. Sin embargo, no es así. Resulta que el carisma es, en realidad, un concepto teológico, que lo define como un “don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad”, según el Diccionario de la Lengua Española. En este sentido, no hay duda que Pedro Pablo Aguilar fue un líder carismático.

La probidad fue su segunda característica como líder político, pues siempre mantuvo una conducta regida por la honradez y la honestidad. Esta circunstancia adquiere hoy una mayor relevancia en un país cuya historia habla de muchos gobernantes corruptos y que hoy está siendo saqueado y depredado por una cáfila de ladrones y aprovechadores del tesoro público. Por esa transparente actitud suya, propios y extraños le reconocieron a Aguilar una conducta espartana y austera, alejada del afán del lucro personal que ahora parece ser la meta de ciertos dirigentes de casi todos los sectores, pero no por el esfuerzo propio sino esquilmando los recursos públicos.

En este sentido, la conducta de Pedro Pablo fue ejemplar, a pesar de que estuvo muy cerca del poder, ya como diputado o senador; como secretario general del Partido Social Cristiano Copei durante la segunda parte del primer gobierno de Caldera y en en los inicios del posterior de Herrera Campíns, y finalmente como presidente del Congreso de la República en 1998.

La tercera cualidad que debo destacar está relacionada con la profundidad de su pensamiento, criterio analítico y capacidad discursiva. Siempre se preocupó por la formación de los cuadros socialcristianos, en especial los jóvenes, y por ello estuvo entre los fundadores del Instituto de Formación Demócrata Cristiana de América (Ifedec), con sede en Caracas, donde destacó como ideólogo y conferencista. Su capacidad de análisis la evidenció como articulista de prensa durante varios años y en algunas otras publicaciones. Y en cuanto a su discurso, por lo general reflexivo y profundo, diversas piezas oratorias en el parlamento y en distintos eventos lo califican también por su agudeza y brillantez.

Pedro Pablo Aguilar también fue un hombre de acción desde temprana edad, cuando figuró entre los fundadores de Copei. Más tarde, bajo la dictadura perezjimenista estuvo preso por sus actividades políticas y partidistas. Al reiniciarse el proceso democrático en 1958 fue electo sucesivas veces como diputado y luego senador, así como miembro de la dirección nacional de su partido, secretario general de Copei en dos oportunidades y finalmente presidente del Congreso Nacional, como ya se ha señalado.

Fue un político que también sabía escuchar, sabio y tolerante, disciplinado y metódico, que prodigó amistad y respeto, tanto a sus partidarios como a sus adversarios políticos, sin apelar a la diatriba y la descalificación de ninguno de ellos, practicante del diálogo como siempre fue.

Se podría decir que con el deceso de Pedro Pablo Aguilar Venezuela pierde a un notable ciudadano, a un político con valores, honesto y experimentado y a un singular hombre de Estado, como pocos quedan en esta hora menguada que vive la República.