Armando Info: Mártir, heroína y traidora, la migrante en Caracas que sabía quién delató a Ana Frank

Armando Info: Mártir, heroína y traidora, la migrante en Caracas que sabía quién delató a Ana Frank

Armando Info: Mártir, heroína y traidora, la migrante en Caracas que sabía quién delató a Ana Frank

 

 

 





En la centenaria urbanización La Florida, en el norte de Caracas, en una amplia casona más parecida a un castillo que a una simple vivienda y que todavía se mantiene en pie, ronda la leyenda de una mujer atormentada que allí vivió y murió. Se llamaba Cornelia Hoogensteijn. Falleció el día después de la Navidad de 1956, y no por voluntad propia -que así lo hubiese querido tras tres intentos fallidos de suicidio-, sino por un alcoholismo, quizás justificado, que derivó en una cirrosis hepática y un fallo general del hígado que al final de su vida amarilleaba sus globos oculares. Al morir contaba con unos cortos 38 años de edad y un bagaje de misterios, inescrutables hasta para su familia más próxima.

ANÍBAL PEDRIQUE // ARMANDO INFO

Difamada en vida y arrojada repetidas veces a pabellones siquiátricos, el de Cornelia Thea Hoogensteijn fue el final temprano de una existencia que se resiste a cualquier juicio convencional. A punto estuvo de quedar olvidada, tal vez hasta para la única hija que le sobrevivió, Marijke, entonces de apenas seis años de edad. Pero, a más de seis décadas de distancia, el revuelo que causó la publicación del libro ¿Quién traicionó a Ana Frank? devuelve a Cornelia Hoogensteijn de la muerte y la desmemoria, para agitar su fantasma antes que para exorcizarlo.

Fue recientemente, en enero de este año, que se publicó el libro, con la firma de la investigadora canadiense Rosemary Sullivan. El volumen condensa el trabajo de campo que durante seis años llevó a cabo un equipo liderado por la propia Sullivan y Vince Pankoke, un exagente de la Agencia Federal de Investigaciones de Estados Unidos (FBI), para poner a prueba y descartar las variadas hipótesis que durante más de tres cuartos de siglo han circulado acerca de uno de los enigmas más recónditos y delicados de la II Guerra Mundial: ¿quién informó a la Gestapo nazi sobre el escondrijo en Ámsterdam donde la quinceañera Ana Frank y su familia habían conseguido eludir hasta entonces las redadas de judíos?

Anneliese Marie Frank (Ana, en castellano), y su familia, judíos alemanes de Francfort del Meno, habían escapadado a Holanda en 1934 para dejar atrás un antisemitismo de Estado que con Hitler al mando degeneraría en leyes raciales y deportaciones a guetos y campos de exterminio. Pero no pudieron escapar de nuevo cuando las tropas nazis conquistaron los Países Bajos en mayo de 1940. No tardaron en contar con un recurso último: una vida clandestina en la trastienda de una fábrica, que se prolongó por dos años y medio, de 1942 a 1944. Decidida a dar testimonio del encierro, la talentosa Ana escribió un diario íntimo que, tras la guerra, su padre, Otto Frank, único sobreviviente de la familia, recuperó e hizo editar. Se convertiría en un verdadero bestseller global, documento definitivo de la opresión nazi traducido al menos a 70 idiomas, y un reconocimiento para Ana, pero póstumo. Luego de pasar por Auschwitz, la joven fue trasladada al campo de concentración de Bergen-Belsen, en el noroeste de Alemania, donde falleció en una fecha indeterminada del invierno de 1945, como su hermana Margot, en medio de una epidemia de tifus, pocas semanas antes de que las fuerzas británicas liberaran el campo.

Siempre se ha dado por cierto que un pitazo ofreció a la policía secreta alemana la pista de dónde se encontraban escondidos los Frank. El nuevo libro de Sullivan, reseñado tras su lanzamiento con algarabía por medios y agencias internacionales y recibido con no poca controversia por especialistas y público en general, propone al notario Arnold van den Bergh, un miembro del Consejo Judío de Ámsterdam, como el probable delator.

También asegura que, en su momento, el padre de Ana, Otto Frank, recibió una pieza clave para el caso, sobre la que guardó silencio por años: una esquela anónima con el nombre de Van der Bergh, el presunto delator. Los investigadores sopesan en el libro pistas sobre quién fue el autor probable de ese pedazo de papel. Hasta que asoman una candidata: Cornelia Wilhelmina Theresia Hoogensteijn, o simplemente Thea, su apodo entre la parentela y en la clandestinidad de los tiempos de ocupación, cuando sirvió a la misma vez como burócrata de los invasores alemanes y como informante para la resistencia neerlandesa.

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