Eleonora Urrutia: Lo que se juega en Chile este fin de semana

Días pasados se ha podido observar a nivel mundial lo que sucede cuando la derecha se rebela ante el “centro” -esa especie de conjuro con el que la izquierda la hipnotiza para tenerla sometida– y hace campaña explicando y defendiendo en lo que cree, dejando que los ciudadanos elijan, sin engañarlos ni tutelando su mente: en cuanto alguien rompe el hechizo, las derechas logran mayorías. Y es razonable: ¿qué alternativa ofrece una izquierda nostálgica de comunismo, 32 años después de la caída del Muro?

El 1 de mayo se realizaron en Texas primarias abiertas para cubrir la vacante creada por la muerte del representante republicano, Ron Wright. La contienda atrajo a 11 republicanos, 10 demócratas, un independiente y un libertario, compitiendo por dos lugares para la segunda vuelta que se celebrará en el verano boreal. Aunque una elección especial no establece el patrón para las intermedias, para las que aún faltan 18 meses, es interesante analizar sus resultados. Los demócratas eran optimistas sobre cambiar el signo del distrito que Mitt Romney logró por 17 puntos en 2012, pero el presidente Trump solo por 3 en 2020. Sin embargo, se eligieron dos republicanos: Susan Wright, la viuda del ex congresista, y el representante estatal Jake Ellzey, un aviador de la Marina y piloto de línea aérea, candidatos que hicieron campaña por la libertad y la responsabilidad individual, y contra el miedo impuesto por el gobierno de Biden. Con esta victoria de republicanos sobre demócratas (62 a 37%) y dado que las cuatro vacantes que faltan cubrir corresponden a escaños ocupados anteriormente por demócratas, es probable que la Cámara se conforme, cuando se resuelvan todas las contiendas, por 222 demócratas y 213 republicanos. Esto significa que un vuelco de cinco bancas en 2022 le daría control al GOP (“Grand Old Party”, como se conoce también al Partido Republicano). Los resultados de Texas son consecuencia de una reacción orgánica de los votantes de centro derecha a las propuestas de billones de nuevos gastos federales, gigantescos aumentos de impuestos sobre los ahorros y las empresas, y una expansión masiva del estado de bienestar. La brecha de casi 25 puntos entre los republicanos y demócratas en el distrito texano también debería ser un desengaño para los ideólogos de Biden de que su agenda progresista es apoyada por los independientes.

Casi en simultáneo, sin centrismos ni necedades, con una política activa de confrontación contra la estrategia del miedo y bajo el lema “Comunismo o Libertad”, Isabel Díaz Ayuso demostró el camino para derrotar al socialcomunismo, no sólo en Madrid, sino quizás en toda España: decir las cosas como son. Si la verdad es que la ideología de género choca con la realidad, no se pastelea con el pacífico consenso y se le combate. Si sobran políticos, se promete reducirlos a la mitad mientras el resto de los partidos protestan. Si hay que decir que el coronavirus de tipo 2 es un virus chino y que China tiene que pagar por haber ocultado la enfermedad que ha destrozado la vida de millones de personas y la economía de Occidente, se dice y se reclama. Se trató con la madrileña de dar la batalla contra la supuesta supremacía cultural, no sólo de la izquierda, sino del consenso en el que tan feliz han vivido algunos partidos que se dicen liberales, que se dicen centrados, que se dicen reformistas. Un conocido artista español de izquierda confesó haber votado a la candidata del PP “porque para mí la defensa de las libertades individuales es sagrada”. “Si supieras cuántos famosos rojos han votado a Ayuso —añade a continuación— te quedarías flipado”. Pero, acaso, lo más interesante de estas elecciones sea el fin de Ciudadanos, una supuesta derecha liberal que luego de su fulgurante nacimiento comenzó a escorarse hacia la izquierda sin disimulo. El punto cúlmine de la carrera de Ciudadanos hacia la izquierda se produjo el pasado marzo cuando, junto al PSOE, pactó sacar al PP del gobierno de Murcia y del ayuntamiento de su capital.





Un tercer episodio llama la atención en igual sentido. Aunque las elecciones locales rara vez merecen atención mundial, la votación de los británicos del jueves 6 –llamado “superjueves”- en el que unos 48 millones estaban llamados a elegir 5.000 concejales de 143 asambleas regionales en Inglaterra, al alcalde de Londres y los parlamentos regionales de Gales y Escocia, no cuenta como una elección más. El resultado más importante fue la victoria en Hartpool, noreste de Inglaterra, en las únicas elecciones al parlamento nacional que se celebraron ese día y en donde ganaron los conservadores por primera vez desde 1974. Y aunque el éxito tiene relación con el apoyo que la región le da al Brexit -logro de las derechas contra todo el establishment político, cultural y financiero- dadas las narrativas de campaña que se escucharon, está claro que los votantes rechazaron fundamentalmente el radicalismo de izquierda del ex líder del partido Jeremy Corbyn y que tampoco están dispuestos a adoptar la línea más centrista de su reemplazo, Keir Starmer.

Estos tres episodios resuenan en Chile, en vísperas de la próxima elección que definirá quienes serán los encargados de redactar la nueva Constitución, el mejor antídoto contra cualquier pretensión totalitaria y que, por ello, es detestada por los movimientos socialistas porque dividen el poder. Durante los últimos años se ha esperado que los partidos y candidatos de la centroderecha en el país planten cara a la izquierda. La esperanza no era vana: tenían una militancia repleta de humanismo cristiano, conservadurismo clásico y un liberalismo pragmático. Pero a cambio, y salvo contadas excepciones, solo se fue recibiendo un desplazamiento del centro político hacia la izquierda que ha colocado a esta fuerza en una posición de tinte socialdemócrata que, en comparación, situaría a la Concertación de Ricardo Lagos en moderada a conservadora.

Gota a gota la centro derecha, con sus candidatos que creen que la moderación consiste en hablar bajito, y con una preocupación incorregible por el qué dirán, ha aceptado sin debate la agenda social, económica y política de la izquierda, con medidas que en su mayoría han resultado atajos para la destrucción de Chile.

Bajo el paraguas del centro, los personeros de la derecha han perdido el rumbo. Y es que nadie sabe qué es una política fiscal de centro. ¿Tal vez bajar, tal vez subir los impuestos? O una política antidelincuencia de centro. ¿Detener, pero soltarlo rápido? Lo único que se sabe del centro es que, al final, no tiene capacidad institucional de torcer la cosmogonía socialista, vive a la defensiva y con bastante miedo, y se dedica a fluir por lo políticamente correcto, sin sacar las patas del plato para maximizar las opciones de permanencia en el poder. Pero esto no justifica por sí solo su existencia; solo confirma su laxitud moral.

Desde hace años, por ingenuidad o complacencia, no se ha dado batalla a un sinfín de ideas, de adoctrinamientos, de medias verdades que terminaron conformando el relato de la izquierda en el que se educan las generaciones y que difunden los medios masivos de comunicación. Sin transmitir un planteo teórico seductor, una épica de la libertad, el orgullo de una historia científica y ética de progreso, y sólo a la defensiva para librarse de los complejos derivados de una historieta revisionista maniquea a la que no se desventó como era debido -la derecha se dejó asociar con los procesos autoritarios sin presentar batalla como si el terrorismo comunista, y su zaga de muerte y miseria, no hubiesen ocurrido. A las derechas en Chile le ha faltado filosofía, historia, datos, pasión y, sobre todo, entender las jugadas del otro: la izquierda no sabe perder; no se agacha, sólo toma impulso.

La agenda de género, climática, ecologista, indigenista, igualitarista, la supuesta gratuidad de los servicios públicos y necesidad pétrea del Estado presente son calcados entre los políticos del país. Cuando el arco político inició su viraje al centro, en la convicción de un mayor reporte de votos, ya nunca pudo dejar de correr el eje. Hoy, defender la propiedad privada o la libertad de expresión en Chile es ser facho.

La existencia de una derecha sin complejos, haciendo oposición a la izquierda, con sentido común y valentía, abriría -en cambio- el camino para librarse de las cadenas que le intentan imponer desde los “mínimos comunes”. Una derecha que entienda que su adversario no puede ser la derecha, sino la izquierda y que actúe en consecuencia: que cuente en qué cree, lo explique y defienda, y deje que los ciudadanos elijan sin engañarlos, sin tutelar sus mentes, sin tomarlos por idiotas, como hemos visto recientemente en Madrid y en el Reino Unido. Y si, en el fondo, algunos de los que hoy están en la derecha no creen en la libertad, en la república, en la iniciativa privada, en la familia o en los impuestos bajos, existen muchos otros lugares en donde el socialcomunismo estaría encantado de acogerlos.

En estos últimos años se han disculpado las claudicaciones de la centro derecha alegando cuestiones tácticas, incluso estratégicas y hasta electorales. Pero ya no se puede disculparles más. Si la amenaza terrorista consiguió una reforma constitucional en Chile es gracias a la cobardía y el colaboracionismo de las elites políticas que han traicionado a sus representantes. Así, poca esperanza para los honestos, los trabajadores, los amantes de la ley y el orden. Su representación política los ha despojado de un horizonte de victoria.

Las tres elecciones comentadas de días pasados han comprobado que sin remilgos, ni ambages, ni centrismos, la derecha termina conectando con una parte sustancial de votantes posibles, y que es más honesto y rentable confrontar el mensaje y las maneras de la izquierda, incluso sus leyes ideológicas, que seguirles el juego. Lo que está en peligro en Chile este fin de semana son el principio de equilibrio y el contrapeso entre las instituciones republicanas, y la legitimidad de la sujeción a la ley. Postergar las expectativas de los votantes con el objetivo de calmar el descontento de los sectores sociales que no votan a la centro derecha ya no puede seguir siendo una opción para el país si quiere prosperar.


Eleonora Urrutia es abogada Chilena

Este artículo se publicó originalmente en El Líbero el 14 de mayo de 2021