Los come bosta, por Pedro Antonio De Mendonca

El olor a bosta es exquisito. Es el olor místico del trabajo del campo, de la producción, del dinero bien ganado. La bosta, en el llano, es un ícono de prosperidad, de sostenibilidad y también de libertad; es el olor de una naturaleza que es recia y noble a la vez. El olor a bosta es una carta de presentación enorgullecedora del llano porque es el de la infinitud de nuestras bondades. Yo amo el olor a bosta y sé de mucha gente –incluso que no es llanera- que también; por supuesto, conozco a su vez a muchas personas que aman ejecutar el trabajo que lo produce. Somos los huele bosta. Pero, a lo largo de mi vida –y sobre todo en los últimos años-, me he percatado de que hay gente que odia ese olor y lo que él representa: el trabajo fajado, la naturaleza, el dinero. Gente que detesta el olor a bosta y que, sin embargo, ama su sabor. He entendido que el mundo siempre ha estado lleno de ellos y que, recientemente, han sido más notorios. Son los come bosta.

Mi papá siempre dice que hay gente para todo. Y es totalmente así. Hay gente para lo bueno y también la hay para lo malo. Hay gente que construye y hay gente que destruye; hay gente que ama desenfrenadamente y gente que, de manera apasionada, odia en la misma medida; gente que huele bosta y gente cuyo vicio es comerla. A lo largo de los milenios ese ha sido el escenario perenne de nuestra humanidad: la lucha inacabable del bien contra el mal. El bien existe y los buenos existimos porque el mal y los malos existen. Es una naturaleza que no debe desmotivarnos o desalentarnos a quienes luchamos por las buenas causas. A la maldad hay que reconocerla y asumirla para, así, dominarla. Tan cierto es que el bien siempre triunfa como que el mal nunca descansa, por eso tampoco los resultados de las victorias de los justos son eternos. Una vez que se gana una batalla se debe seguir luchando por mantener lo ganado, pisando al enemigo.

A lo largo de la humanidad ha habido gente –mucha- para lo bueno: muchos fueron los que impulsaron la Revolución Francesa, miles acompañaron a Simón Bolívar en la liberación de cinco países y otros tantos trabajaron por el derrumbe del Muro de Berlín. Pero también fueron muchos los que, por ejemplo, clamaron la crucifixión de Jesucristo, demasiada gente trabajó en su momento por la continuación de mercados esclavistas, fueron incontables los que aplaudían –y lo son quienes aún hoy aplauden- a Adolf Hitler y justificaban su genocidio.





El bien y la justicia siempre triunfan, es verdad; pero no para siempre. Por eso ante el mal nunca, nunca, hay que bajar la guardia. El jazzista húngaro Miklós Lukács dijo: “Los tiempos duros crean hombres fuertes, los hombres fuertes crean buenos tiempos, los buenos tiempos crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos duros”. Una frase hecha meme viral y que da cuenta de esa lucha incesante del bien contra el mal, que constituye la esencia de lo que somos: humanidad. Una humanidad que hoy asiste a la amenaza de los perseverantes come bosta que quieren revertir los resultados virtuosos de grandes conquistas humanas logradas por hombres fuertes. Esos come bosta son los que andan incendiando medio mundo y cuestionando los positivos valores occidentales de la república, la democracia, el trabajo, el capitalismo, la familia. Y lo hacen en defensa de lo contrario: la comuna, el totalitarismo, la mediocridad, el socialismo, la muerte.

No entender esta naturaleza ambivalente de nuestra humanidad es lo que hace a muchos buenos desalentarse y rendirse, porque creen que es suficiente con ser bueno, honesto y decente y creen que los demás también lo son o tienen que serlo simplemente porque es lo correcto. Por eso se indignan y se paralizan cuando ven a la maldad en acción, dura y contundente. Esto pasa en cada rincón de Venezuela, país que se ha convertido –de manera muy lamentable- en un reino del mal, donde los come bosta están al mando, sin límites. Son los que trafican órganos y personas, los que torturan, los que se roban el dinero de la comida y de la medicina, los que aplauden las confiscaciones de tierras y fábricas, los que aman las colas infinitas. Comen felices su bosta y hasta dan su vida por vernos la cara empatucada con ella.

Persistamos. A los venezolanos de nuestra generación nos ha tocado ver y sufrir el mal de manera desmedida, pero estamos llamados –en cuanto humanidad que somos- a enfrentarlo y derrotarlo, no a rendirnos. Sí tenemos la fuerza, está en lo más profundo de nuestra conciencia y de nuestro corazón, la fuerza está en nuestra propia condición humana. Esa fuerza debemos imponerla, sin dudas ni miramientos. Nuestra lucha venezolana por la libertad es una escena especial de la humanidad: es la batalla de la corrupción contra la transparencia, de la prosperidad contra la pobreza, de la luz contra la oscuridad, de la muerte contra la vida, de la libertad contra el socialismo.

Ganaremos esta batalla y, ya sabiendo que el mal nunca descansa, construiremos un país con oportunidades, con conocimiento, con riqueza y, al mismo tiempo, con la mano dura para mantener aplacado al enemigo, que nunca descansará hasta volver. Ese enemigo acostumbró a mucha gente, por muchas décadas, a comer bosta. Quizás a muchos, acostumbrados a ese sabor, nuestros exquisitos caramelos les sepan horrible al inicio. Allí radicará, precisamente, la continuación de nuestra lucha desde el poder.

@PedroDeMendonca
Comunicador social, máster en Gestión Pública. Coordinador @VenteGuaricoYA