Singapur, el país híper desarrollado en el que se puede ir a la cárcel por mostrar una cara sonriente en la calle

Singapur, el país híper desarrollado en el que se puede ir a la cárcel por mostrar una cara sonriente en la calle

Jolovan Wham usa una máscara y sostiene una cartulina con un dibujo de una cara sonriente en Singapur, el 28 de marzo de 2020 (Jolovan Wham / REUTERS)

 

Un rectángulo de cartón de aproximadamente 30 centímetros de ancho y 30 centímetros de alto. En el centro, un círculo, tres puntos y una línea curvada que representan una cara feliz.

Por infobae.com

Jolovan Wham sostuvo el improvisado cuadro con sus dos manos durante algunos segundos el 28 de marzo pasado. Lo suficiente para tomarse una foto, en la que se lo ve con una mascarillas que le cubre la nariz y la boca, resaltando su mirada seria. De fondo, se alcanza a ver la entrada a una estación de policía.

Por esa acción ridículamente anodina, Wham podría terminar preso. Bajo las estrictas normas de control social y político vigentes en Singapur, sería una protesta sin autorización. Es que en la ciudad-estado del Sudeste Asiático solo se puede hacer un reclamo público sin pedir permiso policial en el “rincón del orador”, ubicado en el parque Hong Lim. Por supuesto, el lugar está cerrado por la pandemia.

El complejo de edificios Marina Bay Sands, en Singapur (EFE/How Hwee Young)

 

Wham se presentó este viernes ante el tribunal en el que se lo acusa de haber violado la Ley de Orden Público. Él, un militante por los derechos humanos al que las autoridades no le tienen ninguna simpatía, se declaró inocente. Dijo que no estaba protestando. Sólo quería expresar su solidaridad con dos ambientalistas que habían sido detenidos por hacer una manifestación que a Greta Thunberg le habría parecido demasiado suave.

En caso de ser encontrado culpable, Wham podría ser condenado a pagar una multa de hasta USD 3.700. Si no la abona, tendría que pasar un tiempo en la cárcel.

No sería la primera vez para él, que ya fue arrestado dos veces este año. En marzo había estado preso una semana, tras ser condenado por “escandalizar al Poder Judicial”, luego de compartir una publicación en Facebook que comparaba a la justicia malasia con la singapurense.

Jolovan Wham llega al Tribunal Estatal de Singapur el 21 de febrero de 2019 (REUTERS / Edgar Su)

 

Meses más tarde, estuvo preso diez días. El delito en esa ocasión fue invitar a un militante de Hong Kong a hablar en un evento a través de una videoconferencia. Es que en Singapur también está prohibido que hablen extranjeros en actos públicos sin permiso.

Si estas cosas ocurrieran en Eritrea o en Corea del Norte no llamarían la atención, porque son regímenes totalitarios que a nadie se le ocurriría tomar de ejemplo. Pero Singapur es considerado por muchos un modelo de país por sus logros en materia de desarrollo económico, tecnología y educación.

“La gente tiende a ver a Singapur como un país desarrollado, moderno y progresista. Lo es en términos de infraestructura, pero es un país donde mucha gente también vive con miedo. De hablar y decir lo que piensa sobre la situación política, o incluso de hablar sobre temas sociales”, dijo Wham en una entrevista reciente.

Un “modelo” contradictorio

Singapur es una diminuta isla en la que solo entra la ciudad que da nombre al país, situada en el extremo sur de la península de Malasia. En 1819 se convirtió en un puesto comercial del Imperio Británico, del que luego se sería colonia. Tras la retirada del Reino Unido, ganó plena autonomía en 1959, pero en 1963 se incorporó a Malasia.

A pesar de los fuertes vínculos históricos y culturales con su vecino del norte, también tiene muchas diferencias. Para empezar, aunque hay una importante comunidad malasia en la isla, es minoritaria. La mayor parte de la población es de origen chino, y el islam, que es dominante en la otra nación, tiene menos adherentes que el budismo y que el cristianismo. Aunque el malayo es uno de los idiomas oficiales, también lo son el mandarín, el tamil y el inglés, que es además la lengua franca.

La irrupción de violentos enfrentamientos entre chinos y malasios en Singapur en 1964 amenazaba con desestabilizar a toda la península, así que el primer ministro Tunku Abdul Rahman tomó una decisión drástica: expulsar a Singapur, que el 9 de agosto de 1965 se convirtió en un país independiente. Desde 1959, la ciudad-estado era gobernada por Lee Kuan Yew (conocido por sus iniciales, LKY), fundador del Partido de Acción Popular (PAP). No solo siguió en el poder tras la independencia: el PAP continúa gobernando más de medio siglo después.

Lee Kuan Yew, padre fundador del régimen que vigente en Singapur (Creative Commons)

 

LKY y el PAP tomaron el modelo institucional de Westminster, heredado del Imperio Británico, con su característico parlamentarismo y su sistema judicial basado en el common law, aunque con un presidente electo como jefe de Estado ceremonial, en lugar del monarca. Pero al margen de las instituciones, el funcionamiento del Estado fue completamente diferente.

“El proyecto de LKY era doblemente único porque implicaba modernizar la economía capitalista al mismo tiempo que construía un estado autoritario. En Corea del Sur y Taiwán, en cambio, el sistema autocrático ya estaba arraigado de antemano. La contradicción es que el autoritarismo requiere una ciudadanía que acepte que se le diga lo que tiene que hacer, pero una economía capitalista compleja necesita una población que se comprometa proactivamente con la producción y el consumo. Otros líderes habrían cedido a la tentación de la represión descarada o el electoralismo populista, pero las cualidades personales e intelectuales de LKY, junto con su sólido equipo de colegas administrativamente robustos, le permitieron forjar un camino experimental. Lee creó un entorno hiper-politizado en el que el gobierno impregnó cada aspecto de la sociedad a través de una miríada de campañas públicas y de la creación encubierta de una elite en red, que monopolizó el poder y el patronazgo”, explicó Michael Barr, profesor de relaciones internacionales de la Universidad Flinders de Adelaida, consultado por Infobae.

Más allá de que las personas votan en elecciones que se presumen limpias, el proceso electoral está atravesado por tantas restricciones que favorecen al gobierno que nunca se impuso una verdadera democracia. En los hechos, Singapur se parece más a un régimen de partido único. Lejos del liberalismo occidental y del comunismo oriental, se impuso un modelo que combina la centralización total del poder político y un estado que guía el desarrollo capitalista, a través de una burocracia tecnocrática.

Lee Kuan Yew poco antes de morir, en 2015 (AP)

 

“Singapur es un país autoritario debido a una serie de factores. El poder político y económico está concentrado en un conjunto de élites, principalmente ministros y diputados del PAP, y empresarios de alto nivel muy bien conectados. La competencia política está obstruida, ya que las normas electorales son inherentemente injustas para la oposición. Los medios de comunicación están constreñidos y la libre circulación de ideas e información está limitada. Los ciudadanos se autocensuran o mantienen sus ideas fuera del debate público. Las leyes o su definición son muy estrictas y se impone la disciplina con sanciones ejemplificadoras contra personas que desafían al gobierno, incluso de maneras inocuas, como Jolovan Wham”, dijo a Infobae Terence Lee, profesor de comunicación y estudios mediáticos en la Universidad Murdoch de Perth.

Por su rápido crecimiento económico, Singapur pasó a ser considerado uno de los cuatro Tigres Asiáticos, junto a Corea del Sur, Hong Kong y Taiwán. Apostando a industrias de alta tecnología y a un sector financiero que mueve varios miles de millones de dólares por sus beneficios impositivos, se transformó en una pequeña potencia de 5,6 millones de habitantes, que superó en muchos aspectos a los otros tres.

El Foro Económico Mundial la catalogó el año pasado como la economía más competitiva del mundo por las condiciones que ofrece para los inversores y la alta capacitación de su mano de obra. Además tiene el octavo PIB per cápita más alto del mundo (a precios constantes): USD 58.200. Y el noveno Índice de Desarrollo Humano: 0,935.

A la izquierda, el primer ministro de Tailandia, Thaksin Shinawatra, saludando su par de Singapur, Goh Chok Tong, en el Salón del Trono de Ananta Samakhon, el 21 de octubre de 2003 en Bangkok (Shutterstock)

 

“El PAP es un partido dominado por desarrollistas tecnócratas que han abrazado el capitalismo, pero que nunca han sido ideólogos del libre mercado. Por el contrario, el PAP construyó un estado de virtual partido único, cuya base de poder reside en empresas estatales que dominan los extremos superiores de la economía nacional y obtienen considerables beneficios a nivel internacional a través de la Corporación Gubernamental de Inversiones. El vasto conjunto de firmas y órganos estatutarios vinculados al gobierno de Singapur son grandes empleadores e inversores, lo que le da una influencia política decisiva al gobierno. Muchas compañías y ciudadanos dependen del estado para obtener contratos y recursos, por lo que puede resultar costoso estar mal con el gobierno, que también controla los ahorros de los singapurenses a través del plan nacional obligatorio de jubilación. Por otro lado, alrededor del 80% de la población vive en edificios públicos, lo que agrava el potencial de intimidación política bajo un gobierno autoritario”, sostuvo Garry Rodan, profesor honorario de la Escuela de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad de Queensland, en diálogo con Infobae.

Los envidiables indicadores económicos conviven con otros que son mucho menos decorosos. Polity IV, uno de los índices de democracia más respetados del mundo, que puntúa a los países de -10 (autoritarismo pleno) a 10 (democracia plena), le asigna -2 a Singapur. Freedom House es un poco más generoso: le da 50 puntos sobre 100 y lo califica de “parcialmente libre”. El último informe del Índice de Libertad de Prensa, que elabora Reporteros Sin Fronteras, fue lapidario. Lo ubica en el puesto 158 a nivel mundial, solo por debajo de Laos y Vietnam en el Sudeste Asiático.

El de Jolovan Wham es solo un ejemplo extremo de un sistema que no tolera la más mínima disidencia. Lo inquietante es que demuestra cómo una ciudadanía que cuenta con muchos recursos económicos y culturales está dispuesta a tolerar el autoritarismo y la falta de libertades políticas a cambio de prosperidad. Singapur no es en absoluto el único caso en el mundo contemporáneo. Sobran en todas las regiones. Pero es quizás el más sorprendente por el grado de desarrollo que alcanzó.

“Basándose en su experiencia y en la promoción de las autoridades y de los medios de comunicación, los singapurenses han llegado a aceptar que es necesario un control político estricto para que el estado insular siga siendo próspero y estable. Como es un país pequeño, no hay lugar para la experimentación política y económica de Singapur. El PAP todavía puede controlar el país porque es capaz de encuadrar la narrativa en muchos niveles diferentes, incluidos los medios de comunicación, el sistema educativo y un marketing astuto de las políticas sociales. El PAP también tiene capacidad de respuesta. En 2011, su nivel de votos bajó a solo 60% en una elección en la que la pobreza y la inmigración fueron ferozmente debatidas. El Gobierno neutralizó las críticas abordando las ansiedades de la población, mediante la mejora del sistema de bienestar social y el establecimiento de restricciones migratorias”, contó a Infobae el sociólogo singapurense Can Seng Ooi, profesor de la Universidad de Tasmania.

El primer ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, habla durante una conferencia de prensa conjunta con el primer ministro de Malasia el 9 de abril de 2019 (Foto: Harry Salzman / BERNAMA / dpa)

 

“Autoritarismo sofisticado”

Lo que logró LKY es sin dudas envidiable. Porque al mismo tiempo que creó una burocracia técnicamente competente, que fue decisiva en el desarrollo económico y tecnológico del país, pudo crear un sistema político que, a pesar de tener las formalidades de un modelo parlamentario, se convirtió casi en una dinastía familiar.

Tras ser primer ministro durante 31 años, LKY renunció en 1990, para que asumiera Goh Chok Tong, pero continuó en el gobierno como “ministro mayor”. En 2004, LKY logró que su hijo, Lee Hsien Loong, sucediera a Goh Chok Tong como premier. Tampoco entonces soltó totalmente las riendas del país, pero pasó a un segundo plano, como “ministro mentor”, un cargo más consultivo que de gestión.

El PAP lleva 61 años consecutivos gobernando Singapur gracias a una combinación de herramientas que le permiten habilitar cierto grado de competencia partidaria que no representa un verdadero riesgo para su dominio. Aunque hay algunas señales de que esto le resulta cada vez más difícil.

Buques contenedores y graneleros frente a la costa de Singapur el 10 de marzo de 2009 (REUTERS / Vivek Prakash / File Photo)

 

Entre 1965 y 1981, el PAP ganó la totalidad de las bancas del Parlamento, que actualmente son 100. En esa época, la persecución para los candidatos de los otros partidos era desembozada. Muchos eran arrestados y algunos optaron por el exilio. Pero desde los 80 el régimen tuvo que flexibilizarse y empezaron a entrar algunos diputados opositores, la mayoría, del Partido de los Trabajadores de Singapur.

Pero las reglas están totalmente volcadas a favor del partido de gobierno. Por ejemplo, puede llamar a elecciones con solo nueve días de anticipación, lo que impide a la oposición prepararse para una campaña.

A esto se suma el gerrymandering, la delimitación de los distritos electorales para sobrerrepresentar a los votantes del oficialismo y disminuir el peso de los opositores. En Singapur llega a otro nivel, porque se cambia a días de los comicios, de modo que los demás partidos no saben ni siquiera dónde deben presentar candidatos y hacer campaña.

“Es un régimen autoritario consultivo —dijo Rodan—. Tiene la apariencia de una democracia, pero la sustancia es una de integridad electoral comprometida y grandes limitaciones en la sociedad civil. No hay una comisión electoral independiente. El Departamento de Elecciones se encuentra dentro de la Oficina del Primer Ministro. El gerrymandering y la sobrerrepresentación de ciertos electorados contribuyen a proteger al partido gobernante del apoyo electoral a los partidos opositores”.

En los últimos años se crearon nueve bancas que son ocupadas por figuras no partidarias elegidas por el presidente, que suelen jugar con el PAP. Para compensar, el Gobierno le dio tres escaños no electivos a la oposición, pero el desbalance es evidente.

Por último, los aspirantes de otras fuerzas políticas deben luchar contra un sistema de medios de comunicación totalmente controlado por el Estado, en el que es casi imposible promover sus ideas. Ni siquiera internet es una alternativa, ya que en tiempos de campaña está severamente restringido lo que se puede publicar y lo que no. Cualquier cosa puede ser tomada como un intento de interferir en las elecciones, algo que está prohibido.

Lee Hsien Loong en Bangkok, el 4 de noviembre de 2019 (REUTERS/Chalinee Thirasupa)

 

“Singapur ha sido descrito por muchos observadores como un ‘régimen autoritario sofisticado’, ya que utiliza los instrumentos de la democracia. El Gobierno ha optado por rechazar los derechos humanos y las libertades en favor de la prosperidad. El argumento central es que el bienestar económico y la seguridad son la base de todas las demás formas de derechos. Es una relación costo-beneficio que es casi como un pacto fáustico. A lo largo de su historia, los singapurenses han consentido en general este acuerdo. Sin embargo, hay indicios de que está siendo cada vez más cuestionado, lo que sugiere que el modelo puede no ser tan duradero como parece. La razón es que el enfoque económico ya no beneficia a toda la sociedad como solía hacerlo durante los primeros años de la modernización y el desarrollo de Singapur”, dijo Terence Lee.

Las elecciones generales de junio de este año dejaron un sabor amargo al PAP y al primer ministro Lee Hsien Loong, porque recibió solo el 61% de los votos, una marca muy baja para los estándares del partido. De todos modos, ganó 83 de las 104 bancas del parlamento unicameral. Si se suman las nueve que elige el presidente, tiene 92, que representan el 88% del total. De todos modos, con diez escaños, el Partido de los Trabajadores consiguió la mayor representación legislativa para una fuerza opositora en más de 50 años.

Para Michael Barr, esa es una señal de un problema más profundo, que preocupa mucho al gobierno. “Singapur podría ser etiquetado como un régimen autoritario electoral, en el que las elecciones son una herramienta en la gestión de la política del estado y plantean pocos riesgos para el gobierno. Alternativamente, podría clasificarse como un régimen autoritario modernista, centrado en el matrimonio entre capitalismo y tecnocracia con autoritarismo. Yo creo que el uso del capitalismo y la tecnocracia es más fundamental. Las elecciones en Singapur son un espectáculo secundario, una forma para que el gobierno estime los niveles de descontento y tenga la oportunidad de revertirlo. Si alguna vez pierde una elección, será solo después de dejar caer sus credenciales tecnocráticas y capitalistas. Esta es parte de su preocupación actual tras de una serie de fracasos administrativos, sobre todo desde que asumió Lee Hsien Loong. Esto está llevando a una seria desconexión entre la elite gobernante y la gente común. Por lo tanto, el Gobierno está aumentando sus niveles de represión”.

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