El insulto del siglo XXI… por Gustavo Tovar-Arroyo @tovarr

El pantano como hábitat

Padezco una oscura patología desde la niñez que me impulsa a joder cerditos sin justificación aparente. Una fila de psicólogos, psiquiatras, tutores, coach, terapeutas de todas las tendencias y escuelas, hechiceros, hasta pitonisos intentaron infructuosamente sanar mi obsesión. Doy fe que lo intentaron todo, pero mi irremediable comportamiento no conoció sanación, más bien empeoró.
En la universidad cuando conocí al primer comunista, un raterito de carteras y de carros (como todo comunista), cuyo aspecto eran tan enlodado o más como el de mis cerditos, lo neutralicé hasta la huida. Cada vez que me veía se perdía en el horizonte o chillaba.
Cerdos y comunistas, el pantano como hábitat.

¿Cerditosis obsesiva o marranotosis neurótica?





Reconozco que mi conducta deja mucho que desear y que es políticamente incorrecta, lo sé, no hay manera de justificarla, sólo me escusa el hecho de que se trata de una de las sopotocientas patologías inventadas por la psiquiatría: la marranotosis neurótica (en otras nomenclaturas: cerditosis obsesiva o síndrome maníacochino) y por más que obtuve miles de horas de tratamiento nada ni nadie logró liberarme de la afección. Es penoso, lo reconozco, mucho más ahora que el marranotosis neurótica ha derivado en una irrefrenable urgencia por perseguir, echarle vaina, burlarme o insultar a comunistas, socialistas, terroristas y chavistas.
¿Asociación conceptual producida por la cerditosis obsesiva?

La peor pesadilla de los cerdos chavistas

Cuando vi a Diosdi Cabello por primera vez me sucedió ipso facto, no tardé un segundo en asociarlo con los marranos que tanto molesté en los lodazales de la hacienda michoacana de mis abuelos. Una piquiña comenzó a invadir cada palmo de mi espíritu y a pesar de que el coach metafísico me había recetado que respirara profundamente diez veces, voltease al cielo, pensase blanco, en plácidas costas caribeñas o en magníficos saltos de ballenas en el océano pacífico para distraer mi ímpetu y así evitar mi sátira, no puede evitarlo, lo llamé “Diosdi, el cerdito gafo”. Como era de suponer, el marranito chilló, gruño, me insultó, lloró y se obsesionó conmigo. Imagino que ahora que está convaleciente (dicen que entubado) me aparezco como su peor espectral pesadilla.
¿Sigo? ¿Será que algún día curaré la marranotosis?

El virtuosismo de un niño incomprendido

Al principio de este suelto terapéutico mencioné que mi cerditosis obsesiva, es decir, mi incontrolable ansiedad por maltratar a marranos, no tenía justificación aparente, que era una manía llana, una patología casi psicodélica de mi niñez, pero con el pasar de los años entiendo que era un ejercicio visionario, una anticipación higiénica que me alistaba contra esas marranadas históricas que representan el chavismo, el comunismo y sus afines hostiles como el fascismo, el narcotráfico y el terrorismo. Se trataba de una insospechada antelación a nuestro tiempo. No una enfermedad, sino una facultad. Lo que para muchos representaba una patología excéntrica, resultó ser un virtuosismo. No entiendo como no lo vieron los “especialistas”.
Soy un virtuoso bully antichavista, un prodigioso en su blasfemia.

El limosnero de gargajos

Estando Diosdi tan enfermo como está, mandó en estos días a un tal Vallenilla Gutiérrez (el insultado del siglo XXI), quien funciona como doble agente de los marranos chavistas, a llamar mi atención. Tan minúsculo sabañón del chavismo como es, no sabíamos de su existencia hasta que nos rogó una limosna de reconocimiento. Se la dimos, con esta sentencia lo hicimos famoso: “Mediocres como tú y miserables como Diosdi me nutren, pondré migajas de pan en mi mano para que coman mi desprecio. Pordiosero, cagaleche chavista, intenta morder mi paso así pateo tu sarna. No escupo el piso no vaya a ser que quieras beber mi gargajo como limosna”
Al cagaleche lo hicimos famoso, es el limosnero de gargajos de nuestro tiempo.

El insulto del siglo XXI

Dolartoday y otros medios lo reseñaron como el mejor insulto del siglo XXI: “No escupo el piso para que no bebas mi limosna…” El comentario me hizo sonreír, no miento: “El insulto del siglo XXI”, me siento honrado. Esa medalla de dignidad me la cuelgo en el pecho con orgullo. Me da un poco de lástima con Vallenilla, el cerdito chavista, pero todo chavista camuflado merece desprecio. Lo sé, la cerditosis me vence, pero ya vimos que es un virtuosismo: cerdear chavistas es casi una competencia olímpica. Lo seguiremos haciendo, es terapéutico.
Tengo un desafío: mejorar mi rendimiento, superarme…