Fiebre del oro amenaza a la última gran tribu aislada en el Amazonas entre Brasil y Venezuela

Fiebre del oro amenaza a la última gran tribu aislada en el Amazonas entre Brasil y Venezuela

Foto de archivo de un indígena yanomami junto a agentes ambientales de Brasil durante una operación contra la minería ilegal en el Amazonas.
Abril 17, 2016. REUTERS/Bruno Kelly

 

La minería ilegal de oro ha aumentado considerablemente en los últimos cinco años en la reserva indígena yanomami de Brasil, en el corazón de la selva amazónica, según un examen de Reuters de datos exclusivos de imágenes satelitales.

Los yanomami son la mayor de las tribus de América del Sur que permanecen relativamente aisladas del mundo exterior. Más de 26.700 personas viven dentro de una reserva protegida del tamaño de Portugal, cerca de la frontera con Venezuela. Sin embargo, la tierra bajo el bosque prístino que han habitado durante siglos contiene minerales valiosos como el oro.

La sed de oro ha atraído en las últimas décadas a los buscadores de fortuna, que han destruido bosques, envenenado ríos e introducido enfermedades mortales en la tribu.

Hoy, los yanomami y funcionarios locales estiman que hay más de 20.000 mineros ilegales en sus tierras. Dicen que el número ha aumentado desde la elección en 2018 del presidente de extrema derecha Jair Bolsonaro, quien ha prometido desarrollar la Amazonia económicamente y aprovechar sus riquezas minerales.

La oficina de Bolsonaro no respondió a una solicitud de comentarios. Un examen de Reuters de las imágenes satelitales de la reserva de los yanomami muestra que la actividad minera ilegal se ha multiplicado por 20 en los últimos cinco años, principalmente a orillas de los ríos Uraricoera y Mucajai. Juntas, las zonas mineras cubren un área de unos 8 kilómetros cuadrados, el equivalente a más de 1.000 campos de fútbol.

Reuters trabajó con Earthrise Media, un grupo sin fines de lucro que analiza imágenes de satélite, para trazar la expansión.

Aunque la minería es de pequeña escala, es devastadora para el medio ambiente. Se destruyen los árboles y los hábitats locales y el mercurio que se usa para separar el oro de la gravilla se filtra a los ríos, envenenando el agua y entrando en la cadena alimenticia local a través de los peces.

Un estudio publicado en el International Journal of Environmental Research and Public Health en 2018 descubrió que en algunas aldeas yanomami, el 92 por ciento de los residentes sufrían de envenenamiento por mercurio, que puede dañar los órganos y causar problemas de desarrollo en los niños.

Los gambusinos también traen enfermedades. En la década de 1970, cuando el gobierno militar de Brasil arrasó con una autopista en la selva tropical al norte del río Amazonas, dos comunidades yanomami fueron destruidas por las epidemias de gripe y sarampión.

Una década después, la fiebre del oro trajo consigo la malaria y escaramuzas armadas. Hoy en día, la pandemia de coronavirus amenaza a los yanomami. Se han confirmado más de 160 casos de COVID-19 y cinco muertes entre la tribu hasta esta semana, según una red de investigadores, antropólogos y médicos.

“La principal forma de transmisión de este virus mortal en nuestras comunidades son los mineros ilegales”, dijo Darío Yawarioma, vicepresidente de la Asociación Hutukara Yanomami.

“Hay tantos de ellos. Llegan en helicópteros, aviones, barcos y no tenemos forma de saber si están enfermos con el coronavirus”, agregó por teléfono.

El virus es particularmente peligroso para los indígenas como los yanomami, que viven en grandes viviendas comunales, con hasta 300 personas bajo un mismo techo. Comparten todo, desde alimentos hasta utensilios y hamacas, y su estilo de vida colectivo hace que el distanciamiento social sea prácticamente imposible.

Yawarioma dijo que la agencia de asuntos indígenas del gobierno, Funai, no ha visitado la reserva desde que el coronavirus se propagó allí. El organismo no respondió a una solicitud de comentarios.

El ejército brasileño ha intentado impedir la entrada de los mineros, dijo Yawarioma, pero regresan tan pronto como los soldados se van. | Por Simon Scarr y Anthony Boadle / Reuters

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