Melissa Sáez: Conjugando la Historia

Fotografía fechada el 25 de mayo de 2020 donde se observa a un grupo de militares bloquear el paso a comerciantes en los accesos del mercado “Las Pulgas”, en Maracaibo (Venezuela). EFE/ Henry Chirinos

 

En el artículo pasado, les escribí de como la imagen y la identidad de individuo, influye y repercute no solo en las decisiones políticas, sino también en la colectividad. La sociedad venezolana se caracteriza por tener poca memoria, lo que hace de la historia un recurso vago en la formación de nuestros individuos.

El pasado podría ser nuestra mejor fuente de aprendizaje permanente, pero una sociedad que pareciera no tener memoria y que incluso olvida que el presente es irrenunciable e inherente al hecho de vivir o mal vivir; olvida incluso que el presente es el único momento en el que podemos corregir los errores.





Bajo la luz analítica de la Teoría de la Imagen y el Poder, podríamos afirmar que Venezuela tiene una imagen de superviviente (que en argot popular traducimos en “sobreviviendo”), una vida donde el escaso uso de la memoria pareciera anular el pasado y el futuro, y la sociedad se limita a respirar en un presente muy restrictivo y cada vez más angustiado, sin poder ver la capacidad que tiene para generar los cambios.

Hoy, son los cambios externos los que conducen con una suerte de improvisación, la capacidad y respuesta de los ciudadanos que no están de acuerdo con el proceso actual y que a la vez parecieran no tener un plan bien orquestado para la materialización de la ruptura del proceso y la creación de un nuevo orden país.

La profunda victimización de la sociedad, que se ha llevado a cabo con mecanismos diversos y de forma constante en una línea de tiempo, pone a la misma en un estado de supervivencia donde se anula la rebeldía, y el individuo pasa a solucionar de forma sistemática y natural sus necesidades más básicas, quedando así demostrado como nos mantenemos en medio de lo que pareciera ser el colapso total de la realidad.

Una desesperanza que parece ser aprendida o “inoculada”, donde el ciudadano ya pierde la potestad y la investidura de los derechos básicos en la sociedades modernas, limitándose a surfear la ola de lo que cree es una crisis; pero hace rato dejo de ser crisis y se convirtió en un modo de vida. Y es que es un error etimológico seguir llamando crisis a un momento que dejó de ser puntual y decisivo para convertirse en algo con una apariencia sin fin divisorio.