Luis A. Pacheco: El petróleo sale solo

“Bienvenidos al bazar. Por aquí podrán pasar.
Meta la mano y saque un poco de bienestar.
Un gobierno tropical, garantiza tu bienestar,
en este país.
Basta con la intención y ya está participando.
Aquí sobra para todos,
aunque digan que se está acabando”
Aditus

Se dice que Armando Sánchez Bueno, otrora senador venezolano, comentó que el petróleo sale solo; las razones para su exabrupto están perdidas en la historia. Hace unos años, el entonces político opositor mexicano, Andrés López Obrador, hizo aseveraciones similares, comparando la perforación de pozos en aguas profundas de Campeche a la búsqueda de agua con pozos artesanales: “De cuándo acá se requiere tanta ciencia…”.

Rafael Ramírez, alguna vez presidente de PDVSA, pareciera haberle hecho creer a Hugo Chávez que eso era así, seguramente porque ninguno de los dos entendía las complejidades de la industria, cegados como estaban por la ideología y atolondrados por la bonanza de precios del petróleo que les tocó usufructuar, y en última instancia dilapidar.





Que uno de nuestros mitos sea que el petróleo sale solo, puede resultar risible, pero si lo pensamos bien es hasta entendible. Tomemos, por ejemplo, el lago de asfalto de Guanoco o lago Bermúdez, situado en el estado Sucre y una de las más grandes acumulaciones de asfalto superficial del mundo -para un observador cualquiera, un petróleo fácil-.

El lago Bermúdez es explotado desde los albores del siglo XX por la New York & Bermúdez Company, quien obtiene una concesión en 1885, exportando el asfalto a Brasil y los Estados Unidos.

En 1902, la New York & Bermúdez respalda la Revolución Libertadora del general Matos, que es derrotada por los ejércitos de Cipriano Castro, comandados por Juan Vicente Gómez (1908). Castro, en represalia, expropia los derechos de explotación de la New York & Bermúdez. Los derechos son restablecidos por el general Gómez al tomar el poder tras la enfermedad y exilio de Castro. Quizás uno de los primeros capítulos de la accidentada relación política y petróleo de nuestra historia.

En los tiempos de la conquista, los españoles habían identificado los brotes superficiales de hidrocarburos que los indígenas utilizaban para calafatear sus canoas, proteger ciertos enseres, hacer luz quemándolo y en aplicaciones con fines medicinales.

Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1535), en su Historia Natural de las Indias, lo llama “según los naturales Stercus daemonii” o “Mene” como lo denominan los aborígenes del Lago de Maracaibo. Es el Emperador Carlos V quien, en 1539, recibe el primer barril de petróleo exportado por un país, enviado desde la isla de Cubagua por el tesorero de Nueva Cádiz -Francisco de Castellano- para aliviar la gota del emperador.

Demás está decir que, cuando la exploración por hidrocarburos comenzó en Venezuela, de manera sistemática, este petróleo que sale solo fue útil señalización de hacia dónde dirigir las pesquisas.

En México, como es de esperarse, las filtraciones superficiales de hidrocarburos -el petróleo que sale solo- tienen un nombre mucho más colorido: Chapopote, palabra de origen náhuatl.

Si a esta narrativa le agregamos los reventones, flujo descontrolado de un pozo petrolero, ocurrencia común de las primeras épocas de la industria, cuando los ingenieros todavía aprendían los secretos de la madre naturaleza, uno puede llegar a entender eso de que el petróleo sale solo -invito al lector a que haga una búsqueda en Google de “dibujo de pozo petrolero”, y verán más de un reventón-.

El Zumaque I o MG-1, en el Cerro La Estrella, en la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, considerado el primer pozo productor de petróleo en territorio venezolano, fue completado en 1914 a una profundidad de 135 metros, con 264 barriles diarios de producción de un crudo de 18° API. Setenta años después, en 1986, el pozo FUL-1 descubre lo que hoy conocemos como El Furrial, a 5.000 metros de profundidad, con una producción de 7.300 barriles diarios de un crudo de 26° API; setenta años que transformaron totalmente una industria que comenzó a lomo de mula en los senderos de la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, donde los lugareños creían que el petróleo sale solo.

Aún si el petróleo saliera solo, la gasolina, como el país ha aprendido en estos últimos tiempos, no. Sin embargo, por años, hemos sido indiferentes como sociedad al despilfarro que significa que nos regalen la gasolina, sin entender que, si no pagas por la gasolina, el petróleo del que proviene no vale nada – hasta que ya no tenemos ni la una ni lo otro-.

Ah, reza el argumento, el petróleo es de todos y el petróleo sale solo, la gasolina regalada es mi derecho de cuna como venezolano.

Estas creencias no pasarían de ser una curiosidad, sí no fuera porque influencian el pensamiento de la sociedad acerca de la industria petrolera y, en última instancia, la manera como el estamento político se aproxima a ella.

Cerrar esa brecha de percepción es la difícil tarea que toca a aquellos que aspiramos a regresarle al país parte de las oportunidades que el petróleo ha presentado y que han sido desperdiciadas por décadas. Eso pasa por reconstruir una industria (gente, capital y tecnología) que hoy languidece en ruinas, y transformar la relación sociedad/industria en ambas direcciones.

Recuperar la economía, con la visión de usar el petróleo para construir un mejor y más robusto camino hacia el futuro sin la dependencia perversa que nos ha acompañado, es el reto de los que aspiran liderar -una tarea en la que no podemos fallar-, y para la cual debemos innovar con valentía. El Estado empresario y propietario ha demostrado ser un ineficiente e ineficaz gestor de la industria petrolera. Nos toca ahora tomar las lecciones de la historia y crear las condiciones e incentivos que hagan posible que los actores privados, nacionales e internacionales, revolucionen una industria que todavía está llena de oportunidades, y que así se cree el valor que la sociedad requiere para su rescate.

Para regresar a los niveles de producción de hace veinte años, suplir de combustibles al mercado interno y rescatar el ambiente, entre otras cosas, se necesitaría invertir entre 100 y 150 mil millones de dólares, emplear entre 30.000 y 50.000 trabajadores especializados, técnicos y profesionales, trabajando 24 horas, 365 días al año, durante una década; transcurridos esos diez años, solo tendríamos que repetir el ciclo otra vez.

Así, el milagro ocurriría: El petróleo volvería a salir solo.


Luis A. Pacheco es Presidente de la junta administradora ad hoc de PDVSA.