Bolsonaro y los peligros de la democracia, por Carlos Ochoa

Bolsonaro y los peligros de la democracia, por Carlos Ochoa

 

A algunos intelectuales y políticos de la oposición venezolana les da urticaria que en Brasil haya ganado las elecciones Jair Bolsonaro, se desatan en advertencias del peligro del fascismo por las declaraciones que ha hecho el hoy Presidente electo de la República Federativa del Brasil en temas espinosos de sexualidad, racismo y política. La mayoría de ellos vienen de apoyar al chavismo en algún momento, y de las filas de la izquierda universitaria, y por ello se entiende su preocupación por el destino del coloso del sur dentro del historial de barbarie de los radicalismos de derecha, que para mí son tan condenables como los radicalismos de izquierda.





Debo aclarar que la razón por la cual Bolsonaro no tiene todas mis simpatías no tiene nada que ver con sus posiciones conservadoras, que escandalizan y preocupan dentro y fuera de Brasil. La razón por la cual no aplaudo con las dos manos su elección es que viene del ejército, y viniendo de allí, a pesar de sus muchos años de parlamentario, no se le puede dar el aval completo para gobernar, sin sospechar que en algún momento pretenda torcer las instituciones a su favor como hizo Hugo Chávez en Venezuela, sin embargo tranquiliza que las instituciones brasileras hayan soportado el vendaval de la corrupción socialista, y se fortalezcan estableciendo responsabilidades a alto nivel.

El mal que con más fuerza ha aquejado a América Latina, además de la corrupción, y que aún persiste en la nostalgia y en el presente como forma autoritaria de gobierno es el militarismo, como mecanismo de perpetuación en el poder directa o indirectamente. El caso Venezolano fue la excepción por 40 años, lo recordamos porque se están cumpliendo 60 años del acuerdo de gobernabilidad que asumieron los líderes democráticos de los principales partidos, después del derrocamiento de la dictadura militar de Pérez Jiménez, que la intelectualidad izquierdosa calificó de “Pacto de Punto Fijo” para estigmatizarlo en el imaginario político lo cual logró.

El acuerdo suscrito por Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jovito Villalba en la casa de residencia del doctor Caldera en 1958 que tenía por nombre “Punto Fijo”, no fue la repartición de un botín llamado Venezuela, ni la entrega grosera a ninguna potencia extranjera ni nación alguna, por eso no se pactó nada, se acordó si, la gobernabilidad civil para un país que acababa de vivir diez largos años de dictadura militar, y la necesaria estabilidad que se requería para que la democracia y sus instituciones se impusieran a la barbarie de la bota militar, y a la manida tesis del gendarme necesario.

En América Latina el Foro de Sao Paulo que congrega a los radicales de izquierda ha sido un verdadero peligro, con la elección de Bolsonaro, el cerco a los radicalismos de izquierda como el de Maduro se estrecha. No creo que Bolsonaro o Duque se jueguen el todo a todo para sacar a Maduro, pero van a trabajar con otros gobiernos y organismos internacionales en ese sentido. Por ahora recuerdo una frase de la política pragmática: “El enemigo de mi enemigo es mi amigo”.