Luis Alberto Buttó: La universidad inviable

Luis Alberto Buttó: La universidad inviable

La tasa de reposición de personal académico en las universidades públicas nacionales es insuficiente para mantener la viabilidad de dichas instituciones. El asunto es por demás sencillo, no requiere de explicaciones mayormente elaboradas: no hay academia posible sin profesores-investigadores que la hagan realidad. Lo incontrovertible del planteamiento reposa en el carácter matemático del eje transversal de análisis que lo atraviesa: es desequilibrada (negativa) la proporción entre la cantidad de nuevos profesores que ingresan a la carrera universitaria y las necesidades detectadas ante las ausencias generadas por procesos naturales como la jubilación y por procesos sobrevenidos dada situación del país como las renuncias masivas, ya sea porque el profesor abandona el cargo que ocupa para granjearse a lo interno medios de subsistencia más satisfactorios o porque se suma a la diáspora que, hoy por hoy, es uno de los descriptores fundamentales de la aguda crisis sociopolítica y socioeconómica que desmiembra a la sociedad venezolana. En otras palabras, ni por asomo, los que llegan alcanzan a cubrir los vacíos causados por los que se van.

Tomemos como ejemplo, para ilustrar el planteo, el caso de la Universidad Simón Bolívar. Según lo puntualizado por cifras oficiales aportadas por esta casa de estudios y divulgadas a través de la prensa nacional, a principios de año (2018) se ofertaron por concurso 120 cargos docentes. En términos absolutos, de estos cargos, tan sólo 18 pudieron ser cubiertos, declarándose desiertos los 102 restantes. En términos relativos, 85% de los cargos quedaron vacantes. Para decirlo de la forma adecuada, en el proceso señalado, apenas 15% de las necesidades establecidas pudieron ser satisfechas. De acuerdo al mismo informe del cual se extrajeron los datos anteriores, de hecho, la disparidad entre lo que se requiere y lo que se obtiene se ha prolongado en el tiempo, pues, desde 2016, 487 cargos sacados a concurso fueron igualmente declarados desiertos. En síntesis, cero generación de relevo y múltiples demandas sin respuesta.





En cualquier otra universidad autónoma del país la situación es similar, con las particularidades a que haya lugar en cada caso. En promedio, la deserción profesoral universitaria a escala nacional se acerca a 50%. Claro está, por momentos, lo dramático de la situación no llega a ser lo suficientemente visible ya que ciertas condicionantes disfrazan la desproporción presentada y hacen parecer que las necesidades no son tan ingentes. Esto es: en montos equivalentes la deserción estudiantil también crece y se achican las secciones a ser atendidas. Empero, el problema se mantiene y multiplica, inexorablemente.

Un profesor universitario no se forma a volandas. La ciencia, el conocimiento en general, no es cuestión de tiza y borrador. Los llamados desesperados que en este sentido se hacen y harán resultarán irremediablemente infructuosos. De por medio está la pregunta en torno a cuán grande puede ser la cuota de sacrificio soportada por el ser humano. Quién, en la realidad actual del país, va a desear ser profesor universitario cuando la diferencia entre el sueldo mínimo y el de un profesor instructor (menor jerarquía en el escalafón) es irrelevante y cuando la diferencia entre el sueldo de este último y el de un profesor titular (mayor jerarquía en el escalafón) es igualmente ínfima, como quedó establecido en las recientes tablas de sueldos del sector universitario impuestas arbitrariamente por el gobierno nacional. El meta-mensaje es claro: de nada vale la preparación; el mérito estorba. Así las cosas, no tan a la larga, sólo cascarones vacíos habrá en los campus universitarios. Es lo que pretende el poder constituido.

El amor a la universidad obliga a descartar las ilusiones. No basta resistir. Lo que no se defiende, se pierde. Cada universitario es responsable.

 

Historiador
Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3