Luis Alberto Buttó: Los inútiles maquilladores

Luis Alberto Buttó: Los inútiles maquilladores

Luis Alberto Buttó @luisbutto3

A diferencia del rostro, de la fachada de una casa y de otras cosas por el estilo, el hambre no puede maquillarse. El hambre es un flagelo que inexorablemente carcome la vida de quienes lo sufren. Es inútil tratar de esconderlo, disimularlo e incluso engañarlo. En sociedades donde el hambre campea el único dibujo posible es aquel donde se muestran vidas enteras, contadas en millones, plagadas de carencias que se traducen en marcas imborrables sobre la biología y la emocionalidad. Es decir, el arraigo del sufrimiento, la vejación, la tristeza, las enfermedades, la muerte. El hambre es el más claro descriptor del ignominioso círculo de la pobreza. Se pasa hambre cuando se es pobre. Se es pobre cuando se pasa hambre.

Cuando menos, 70% de los trabajadores venezolanos ubicados en la economía formal gana salario mínimo integral (salario mínimo más ticket de alimentación); esto es, 5.196.000 bolívares mensuales. En el comedero donde se encuentre más económica, una empanada de queso cuesta 2.500.000 bolívares. Léase: cada trabajador que percibe sueldo mínimo integral gana apenas lo suficiente para adquirir dos empanadas al mes. Los 28 días restantes: ¡venga! ¡Arréglesela como pueda! Los estudios nutricionales indican que la ingesta de la mencionada fritanga aporta 363 calorías; o sea, 18% de las 2.000 calorías que, en promedio, requiere un ser humano cada día para estar razonablemente alimentado. La definición de esta espeluznante realidad que acogota a la inmensa mayoría de los venezolanos se encuentra en el diccionario de la Real Academia, bajo la entrada hambre: …”Escasez de alimentos básicos, que causa carestía y miseria generalizada”. ¿Quedó claro? La pregunta no es retórica. Es que algunos de los que pululan en los espacios del poder parecen no darse cuenta de ello. Bueno, hay quien sostiene que nadie puede entender lo que no sufre. Quizás el punto es que la hiperinflación transmuta en nada sólo los ingresos de quienes realmente trabajan.

Para paliar y/o revertir (excusas por el sarcasmo) esta dramática situación, el alto gobierno acogió la magistral idea (excusas de nuevo: la tecla sarcasmo volvió a dispararse) de reducirle cinco ceros a la moneda. Así las cosas, supuestamente en un par de semanas, el salario mínimo integral pasará a ser 51,96 bolívares. Por lo que podrá comprarse con esto, el adjetivo del bolívar sobra; ni tomándolo a juerga le calza. A precios de hoy, que por supuesto mañana no serán más que amargo recuerdo, la citada empanada costará 25,00 bolívares. No se necesita un doctorado en economía para entender lo absurdo del asunto. La explicación se siente en el bolsillo y duele en el estómago. Si se le reducen ceros a nada el resultado siempre será nada. En verdad, lo sensato es ahorrarse los ingentes costos de medidas de este tipo que en absoluto resuelven el problema. Claro está, no todos los trabajadores ganan sueldo mínimo integral, pero eso tampoco cambia la perspectiva. Quien gana hoy 50.000.000 de bolívares sólo puede comprarse una empanada diaria por 20 días. ¿Habrá alguna diferencia? Es obligatorio recalcar el punto central de la argumentación: el hambre se combate, no se maquilla.





Lo que hay que reducir no son los ceros de la moneda. Acortar el tiempo del mal, sería más inteligente.

Historiador
Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3