Gonzalo Himiob Santomé: Prometer y prometer…

Gonzalo Himiob Santomé: Prometer y prometer…

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“Ya no cabe cuestionamiento alguno a la Asamblea Nacional Constituyente. Apenas ayer los gobernadores de la oposición se juramentaron ante ella reconociendo su autoridad”. La frase la escuché de los representantes del gobierno venezolano en Uruguay, donde estuve la semana que pasó en el marco de las audiencias públicas sobre la situación de los DDHH en nuestro país, en el 165º periodo ordinario de sesiones de la CIDH. A nivel internacional, creo que ese fue uno de los primeros golpes que recibía nuestra atribulada nación derivado del gravísimo error cometido por estos gobernadores “opositores” que, la historia será la que juzgue sus razones, decidieron desconocer la voluntad, primero de sus electores, y después de los casi ocho millones de venezolanos que el 16 de julio de este año habíamos dejado claro que no aceptaríamos a la ANC como un ente legítimo, porque no fue convocada ni electa por el pueblo soberano ni respetando la Constitución.

No me voy a detener de nuevo en el análisis de los motivos jurídicos por los cuales esa capitulación de los gobernadores resulta peligrosísima y traerá graves consecuencias a mediano y a largo plazo. El tiempo será el que demuestre el escaso valor, y el inmenso costo, del pretendido “pragmatismo” que invocan los que, se suponía, estaban allí para defender la voluntad y aspiraciones de quienes los eligieron, que no sus propias cuotas de poder. Lo que sí creo prudente es que, como debe hacerse siempre de cualquier suceso negativo, nos detengamos un poco en las causas del inmenso desaliento, de la grave decepción que muchos, por no decir casi todos, sentimos, para aprender de ellas, para cambiar nuestra manera de hacer las cosas y, por encima de todo, para entender mejor la política y a los políticos venezolanos.





La reflexión más importante comienza siempre en nosotros mismos. Puede sonar duro, pero quizás no somos lo que creemos que somos. Parte de lo ocurrido es nuestra responsabilidad, por habernos dejado, tantas veces, encandilar por quienes, siguiendo sus propias y muy personales agendas, solo nos cantaban a conveniencia las canciones que queríamos escuchar y por nuestra apatía y nuestro silencio, por aquello de no “jugar a la división”, ante sus reiteradas faltas e inconsistencias. No somos tan conscientes, tan “bravo pueblo”, tan arrechos ni tan resteados como nos gusta pensar que somos. La épica del ciudadano valiente y crítico haciéndole frente contra viento y marea a los abusos, vengan de donde vengan, está degradándose, a punta de desesperanza, a simple disfraz. Otra ciudadanía, más consecuente con los principios y valores que tanto adornan nuestras cuentas de Facebook o Twitter, hecha de distinta y más recia madera, no solo hubiera identificado a los camaleones a la primera ojeada, sino que además hubiera rápida y vehementemente protestado, más allá de las redes sociales, contra los que ahora califican como traidores, y los hubiera obligado a respetar los compromisos asumidos. Las calles de esos estados en los que, entre fotos populistas con viejitos y niñitos se prometió una cosa, e inmediatamente tras la elección se hizo otra completamente opuesta, se hubieran llenado de personas que, en paz, pero con fuerza y sin el menor atisbo de duda, se habrían dado a recordarle a los elegidos quién es el soberano y a quién es que en verdad le deben lealtad, sumisión y respeto.

Pero nada ocurrió. En Venezuela todo pasa, pero nada pasa. Nos quedamos, eso sí, en nuestras casas despotricando, lamentándonos, enguayabados y acusando recibo del golpe brutal que supuso la constatación, una vez más, de esa verdad como un templo que, recuerdo que un amigo politólogo me la dijo hace años, nos acosa ominosa desde que en nuestro país se vota para elegir a nuestros gobernantes:

– Las campañas políticas en Venezuela son eróticas – me dijo, en tono de chanza, tras escuchar el discurso de un candidato a la presidencia.

– ¿Cómo eróticas? – le pregunté.

– Sencillo, –me respondió- la consigna y la regla es “prometer y prometer, hasta lograrlo meter, pero una vez metido, a olvidar lo prometido”.

Así fue ahora, tal cual. En los gobernadores que se prestaron a la charada, las promesas electorales de consecuencia y de coraje frente a las ilegítimas imposiciones oficialistas se volvieron humo y mueca. Pero nosotros, los ciudadanos, no hemos hecho tras la puñalada más que quejarnos y vociferar, mientras el agua sucia que nos ahoga sigue corriendo, ahora más rauda y caudalosa, debajo del puente de nuestra sorpresa.

Debemos reflexionar sobre esto. Hacer más y decir menos. Más allá del mal sabor en la boca que nos ha dejado, la caída de las caretas de algunos ante la ANC puede resultar provechosa, y puede hasta convertirse en una oportunidad de oro (eso sí, siempre que no caigamos en las trampas de nuestra corta memoria) si aprendemos de los errores cometidos y si nos sirve para distinguir, en el mundo político, un espejismo de un manantial. Es el momento de comprender que lo necesario para superar la actual crisis y llevar este navío a buen puerto quizás no es la “Unidad”, demasiadas veces mal manejada como un chantaje, y hasta como una imposición, sino la “Unión” (de propósitos, de valores, de visiones y de método) y que, si queremos salir de esta pesadilla de una vez y para siempre, superando los escollos puestos por tirios o troyanos, nos toca luchar contra la concepción que nos obliga, como pueblo, a aceptar como limosna y como si nos estuvieran haciendo un favor el liderazgo que supuestamente nos merecemos para consolidar, desde la asunción de nuestra propia responsabilidad en nuestros actos y decisiones, otro tipo mejor y más honesto de liderazgo: El liderazgo que necesitamos.

@HimiobSantome