Juan Guerrero: La arrogancia del poder

Juan Guerrero: La arrogancia del poder

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Hace algunos años leí un texto de Robert Musil (1880-1942) escritor austríaco y autor de extraordinarios libros entre ellos, El hombre sin atributos,  excelente texto que describe al hombre del pasado siglo XX en sus actitudes y frente a sí mismo como ser inacabado. Otro de sus libros, más bien una conferencia ofrecida a los trabajadores de Viena, la tituló  con el sugestivo nombre, Discurso sobre la estupidez.





En esa conferencia Musil se declaró partidario de la estupidez como necesidad/defensa del hombre frente a la arrogancia del poder y de quienes frenéticamente lo buscan. Pareciera una moraleja que en estos años que inician un nuevo siglo, el desarrollo de la Razón occidental  se soporta aún sobre la base de una sólida arbitrariedad o sinrazón, que es precisamente el lado oculto de los seres que detestan ser estúpidos y para ello oponen una aparente inteligencia como salvavidas intelectual.

Recuerdo una conversación que sostuve con el escritor Francisco Herrera Luque. Mientras se preparaba para su conferencia gerencial, en la Siderúrgica del Orinoco (Sidor) a propósito de los turbulentos años ‘80s., el escritor me dijo: “El hombre bueno no ansía el poder”.

Resulta extraño que en un mundo tan cambiante y trashumante alguien quiera declararse estúpido, bufón de corte, eunuco de la inteligencia y la moral. Sólo a los poetas, los absolutamente innecesarios indigentes del poder, se les ocurre pensar en semejante sentido común.

La intelligentzia en la actualidad es sólo un montón de lecturas  desordenadas y sin mayor reflexión ni interiorización que en la mente de algunos neo-lectores semeja la oculta cara, no de la estupidez como condición de sentido común y defensa coherente frente al poder, sino postura tardía en una nadería de términos vacíos de contenidos ya superados y dejados de lado o vistos desde la añoranza de un Charlot.

Ocurre entonces, al decir de Musil, que “Si la estupidez no se pareciera perfectamente al progreso, al talento, a la esperanza o al mejoramiento, nadie quisiera ser estúpido”.

Bajo estas condiciones, quizá un tanto confusas, valdría la pena que se indagara qué es la estupidez, cuál es realmente su razón de ser. No es actuar por oposición a la inteligencia ni a la diferencia con el semejante o para, peyorativamente, echarle en cara una condición anormal.

Si nos retrotraemos a la cultura helénica, no sólo a la estupidez y sus actos, también la locura y sus actores eran considerados, por ser diferentes y escasos, seres privilegiados. Esto ocurrió en siglos posteriores hasta llegar a las cortes y palacios medievales, donde el bufón era tan necesario y respetado como los aedas, juglares y trovadores.

La actualidad del juego discursivo del olvido etimológico de los términos y sus semanticidades, lleva a quienes desconocen las tradiciones a tomar lo elemental del espejo de las miradas planas y sus reflejos, como dictados domésticos para indicar lecturas apresuradas que en nada sirven, salvo a reír por la ignorancia de los inteligentes.

Estúpido (stupidus) es todo aquel que queda pasmado, inmóvil, extático frente a una acción, una fuerza exterior a él. De allí que la gran mayoría de los seres humanos, incluidos los venezolanos, estemos pasmados ante semejante peso y paso del poder y sus atributos en quienes lo detentan.

Preferimos ser estúpidos frente a esos inteligentes de(l) poder porque es la posibilidad de burlarnos de las incapacidades de los hacedores del Estado. Pero en la quietud del silencio sentimos desprecio y lástima por la razón de quienes nada saben.

(*)  camilodeasis@hotmail.com   TW @camilodeasis   IG @camilodeasis1