Alvaro Valderrama Erazo: Segundo domingo de Cuaresma “Ciclo A”

Alvaro Valderrama Erazo: Segundo domingo de Cuaresma “Ciclo A”

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El libro del Génesis, primer libro del Antiguo Testamento y el Santo Evangelio de San Mateo, igualmente primer libro, pero del Nuevo Testamento, nos presentaban el Domingo pasado el latente y profundo abismo divisorio entre la libertad concedida a la humanidad por la gracia divina y la humillante esclavitud, heredada, como consecuencia del pecado original.

El primer domingo de cuaresma nos mostraba -la semana pasada- la dimensión de contraposición entre la vida eterna, concedida, desde la creación por el amor de Dios a los hombres y la muerte ignominiosa, acaecida como consecuencia del egoísmo empecinado de la humanidad.





Importante es que sigamos preguntándonos, hasta entrada la Semana Santa, para qué nos servirán estos cuarenta días de “penitencia pre-pascual”, acompañados de lecturas, meditaciones, ayuno, cánticos y oraciones.

Para encontrar la respuesta ante esta interrogante debemos volver necesariamente la atención a las Sagradas Escrituras.

Y es que hoy, segundo domingo de cuaresma, nos presenta nuevamente la liturgia de la Palabra, la continuación de los textos del libro del Génesis y del Evangelio de San Mateo.

El Génesis (Gen.12) nos muestra la vocación y puesta en marcha de Abrahán a la tierra prometida y San Mateo (Mt.17) nos muestra la transfiguración de nuestro Señor Jesucristo en el Monte Tabor.

En primer lugar tendríamos que reconocer en Abrahán al padre en la fe. Es Abrahán quien, a la edad de 75 años y sin noción alguna sobre la tierra a la que deberá partir, se pone en camino, guiado solamente por su inquebrantable fe en Dios.

Es tan grande la fe de Abrahán que, aun su propia decisión de partir a una tierra desconocida, que le será dada en herencia, no puede ser comparada con la dimensión de su fe.

Abrahán, padre en la fe de las tres grandes religiones monoteístas, no es judío, como tampoco es cristiano o musulmán. Es, sencillamente el padre en la fe de las tres grandes religiones monoteístas, incluyendo, además, las muchas comunidades de creyentes en torno a éstas religiones.

Pudiéramos afirmar, en tal sentido que, el capítulo 12 del Génesis, es en realidad, el verdadero comienzo bíblico de la historia de la salvación.

Antes del decimosegundo capítulo del Génesis se habían producido en la historia bíblica los acontecimientos de la torre de Babel y del diluvio.

Pero solo a partir de la vocación y respuesta de Abrahán, es que Dios da el primer paso de confianza en el hombre pecador y le invita, igualmente a ponerse en camino y a confiar en Él, que es su creador.

Ser llamado y atreverse a encaminarse es la posición real del hombre de fe, abierto a una realidad que espera confiado, aun sin conocerla.

Creer es tener fe, es tener una confianza plena, capaz de mover la vida en todas sus dimensiones, pero centrando toda la atención en Dios, creador y dador de vida.

Precisamente eso es lo que atestigua la partida del anciano Abrahán a la tierra prometida: Una apertura y puesta en práctica de su fe, que lo lleva a ponerse en camino a la tierra prometida, esto es, a otra situación de vida a la cual Dios lo invita.

El tiempo de penitencia es en este sentido una oportunidad de partida, de puesta en marcha, fundamentada en la fe y que nos lleva a descubrir la vida plena, de la que Dios nos invita a participar.

El texto del Santo Evangelio nos guía, por su parte, en la búsqueda de esa vida plena.

La transfiguración del Señor nos enseña que Dios no exige de nosotros actos imposibles de esfuerzo individual, sino que el mismo Señor se ha puesto en camino con nosotros para transformarnos en su presencia a lo largo de nuestro peregrinar en la fe.

Jesús, en el Santo Evangelio invita consigo a tres de sus discípulos, -a Pedro, a Santiago y a Juan-, quienes eran judíos e hijos del pueblo de Dios. Ellos creían y esperaban la salvación de Israel, al igual que lo hicieron antes Moisés, quien transmitió el decálogo al pueblo, liberado de la esclavitud de Egipto y Elías, el primero de los grandes profetas del Antiguo Testamento.

El Señor, sin separarse de esa historia salvífica del pueblo de Israel y de la tradición judía, se transfigura para mostrar a sus discípulos y con ellos, también a nosotros la gloria y el Señorío de Dios.

Pero desde la nube refulgente se deja oír la voz que nos invita a escuchar a Jesús.

También hoy podemos acompañar al Señor, como lo hicieron Pedro, Santiago y Juan. También hoy podemos dejar que nos hable el Señor, y escucharle con fe para que la práctica de nuestro acompañamiento penitencial cuaresmal nos lleve a ser testigos convincentes de su gloriosa resurrección. Amén.

Feliz Domingo, día del Señor!