William Anseume: ¡Hasta que se vaya!

William Anseume: ¡Hasta que se vaya!

thumbnailWilliamAnseumeAlgunas despedidas resultan siempre dolorosas, dramáticas: parejas decididas a no volver, un familiar muy cercano, un amigo muy querido; tal vez un  ídolo de quien no disfrutaremos más. No elaboro sólo el tema de la muerte, como algunos podrán pensar, aunque duelo haya. En Venezuela son muy comunes, ahora, despedidas de este tipo, hirientes en el fondo, por razones ajenas a la desaparición física, de este mundo, digo. Se retiran de nuestro mundo, mas no del mundo: exilios, prisiones, búsqueda de alternativas oxigenadoras de la vida (abundan por doquier en el mapamundi), desertores con razón asqueados del asco. Y, desde luego, también el desprendimiento físico y químico de la vida, para convertirse en otra cosa.

Por suerte para el desdichado Nicolás Maduro (no lo crean, lo debe ser y mucho, desdichado) el cambio es inevitable. Cambiar con dignidad es otra cosa, como eso tan crudo que mientan vejez digna. Este debería ser el razonamiento más esperanzador en toda esta molicie, donde firmeza en todo hubo. Está científicamente demostrado que nada es inalterable, menos aún en las ciencias sociales. Si todo cambia ¿por qué no esto? Vendrá el cambio de manera indetenible. Si ha cambiado Cuba a pesar de la absurda, grotesca, pervivencia de Fidel, pues todo degenera o se regenera.

Me preocupa más inmediatamente, por momentos, otra ida. La de la luz, la cual también se va yendo. Muchos se alegran (nos alegramos, por la aguadita de estos días caraqueños y del centro-norte del país) del hecho simbólico de que por fin se nos vaya la luz definitivamente. Eso es como alegrarse al infinito de la propia muerte. ¿Qué ocurre si por fin la luz se va sin retorno? Este regreso al siglo XIX, cuando menos, que nos ha proyectado este fenecimiento matador denominado Socialismo del Siglo XXI, carece de mejor imagen que la brindada por la posibilidad de volver a capturar cocuyitos (ya no abundan, por cierto) para enfrascarlos o andar con los serenos por las calles anunciando la hora que no podremos ver en celular alguno. Si Maduro se va, lo cual no deja de ser un clamor mundial por nuestra subsistencia, en esta Biafra inducida, no dolerá tanto, como que en la nevera ya no haya ni luz;  lo único, por cierto, que va (iba) quedando.





Se agotan los velones en los comercios con más prontitud que la harina. Se hace más angustiosa la espera de que se vaya. Los velones forman parte del simbolismo de esto (eso) que un muy famoso autor paraguayo llamó moriencia. Se compran velas sin elegir color: la que haya sirve, como tampoco se elige el alimento, el medicamento, ni el champú; se adquiere lo que hay si lo hay y si podemos pagarlo. La gente aún no enciende las espermas no derretidas, pero la muerte late. Es como la espera de la definición fatal de la agonía, estamos aguantando (ya es un aguantar, como de ganas permanentes de ir al baño imposibilitadas, esta resistencia), ¡hasta que se vaya! Sin duda, aun con las espermas latentes: huele a muerto. Muerto real (el Guri pre-velado) o simbólico-real (Maduro ido). ¿Se acompasan?

¿Será la más definitiva ausencia de luz la espita que permita, así, en el silencio de una noche muy oscura, sin luna ni estrellas, de bajo techo fúnebre que el bicho se vaya calladito, como una alimaña luciferina, y por fin nos deje vivir en paz, o sólo vivir? No lo sé.

Una cosa se hace evidente y preocupante, nuestra Venezuela, ésta, abandonada en la peor de las calamidades públicas, generales,  que hayamos vivido desde el terremoto de 1812 y la huida a oriente con la visión de un “líder” español cortando cabezas y saquendo cuanto había (lo poco que había), desde la aterradora Guerra Federal con su muerte, su hambre y sus  calamitosas miserias adosadas, simbólica y físicamente se acerca a ese tenebroso momento de quedarnos sin luz. Algunas regiones,  a las que Maduro, desde luego, no se atreve a recorrer más nunca porque lo odian a muerte, ya pasan buen tiempo en las oscuranas diarias que permiten que la Gran Caracas, “heroica y poderosa”, haga caso omiso a la noche perpetua que sin embargo se le avecina acechante.

Hace tiempo nos vamos quedando sin luz. Nuestra apariencia es la de un chocho (anciano) en una mecedora esperando ese momento: ¡Hasta que, de una vez por todas, se vaya!

wanseume@usb.ve