Juan Guerrero: Secuelas del hambre

Juan Guerrero: Secuelas del hambre

thumbnailjuanguerreroEn una de las tantas colas que hago, los miércoles de humillación, una señora me cuenta, casi con lágrimas en los ojos, que desde hace varios días ha dejado de desayunar para que su hija, de apenas 4 años, pueda nutrirse e ir al colegio.

-En mi casa ya no comemos carne, solo mortadela, harina, pasta y arroz. Detrás de mí, salta otra señora. Morena, regordeta y molesta. Riposta: -¡Estos zánganos rojos nos están matando de hambre!. –Nos están inflando para que no se nos vean las costillas. Todos ríen, pero con una risa tristona que se esfuma inmediatamente.

Y esto es verdad. Tanto así que ahora cuando leo las noticias me encuentro que los especialistas en nutrición, revelan en su último estudio (Encuesta sobre Condiciones de Vida, 2015) donde participan especialistas de la Universidad Central de Venezuela, Universidad Simón Bolívar, Universidad Católica Andrés Bello, conjuntamente con la Fundación Bengoa, que el venezolano entró en la denominada “pobreza crónica extrema”.





Nada halagador este término, sobre manera cuando se está hablando, técnicamente, de la llamada “hambre oculta”. Y curiosamente, con este último término me acuerdo que en 2004 escribí un artículo (diario Correo del Caroní, sábado 3 de abril. Pág. A4) donde daba a conocer los resultados de un estudio adelantado por la otrora Fundacredesa, la del insigne Dr. Hernán Méndez Castellanos.

Para ese tiempo ya se advertía que de no tomarse los correctivos nutricionales adecuados, el venezolano de los próximos años sería un individuo “abúlico y subnormal”. Estas últimas son mis palabras.

Las estadísticas, para ese entonces, indicaban que el 37,17% de las familias venezolanas se encontraba en situación de “pobreza crítica”.

En los estratos IV y V se concentraba la población (mujeres y niños) más vulnerables, con infantes en riesgo de padecer enfermedades y avanzados estados de desnutrición.

Las carencias de zinc, hierro y fósforo en la alimentación para esa población de niños, entre 0 y 5 años, les hacía propensos a graves e irreversibles trastornos neurológicos, de lograr sobrevivir.

Han pasado 12 largos años. Y nuevamente comienza a manifestarse el fantasma de la desnutrición en Venezuela. La ONG Observatorio Venezolano de Salud advierte sobre la presencia de pobreza crónica extrema y hambre oculta. En tanto, para 2012, de 2285 calorías, bajó en 2014, a una insuficiencia calórica de 1831.

En la encuesta presentada por las universidades antes citadas, se indica que la pobreza en Venezuela (2015) supera el 81%.

Pero además, en los estudios llevados a cabo sobre el estado anímico del venezolano, aparece una población con un 30% de angustia, mientras el 23% manifiesta un estado de tristeza.

Todo esto nos dibuja un panorama sombrío, no tanto para el presente sino para unos cuantos años en el futuro. Donde el Estado venezolano tendrá que soportar una parte de la población absolutamente indefensa, nutricionalmente hablando, además de otras secuelas, muchas de ellas irreversibles, por la falta de nutrientes. Será una población de minusválidos mentales. De peso y talla bajos. Un venezolano gordo, pero nutricionalmente raquítico y subalimentado. Sedentario. Propenso a enfermedades cardiovasculares. Abúlico, enfermos crónico, con taras mentales y propenso a alteraciones neuronales.

Ese está siendo el venezolano carente de “nutrición cerebral” para adelantar el desarrollo integral del país.

Vuelvo a colocar las palabras que en su momento enunció el Dr. Méndez Castellanos, a propósito de la alarmante pobreza que padecía el país, para 1989. “Las carencias alimentarias constituyen la más perversa y grave violencia que la sociedad impone  a una buena parte de las madres, de los niños y de los ancianos. Esta violencia sostenida conducirá fatalmente a daños irreversibles en el cuerpo social, cuyas consecuencias son impredecibles y, en oportunidades, indetenibles. Impedir que esto suceda es tarea indeclinable de las actuales generaciones. ¿Cómo lograrlo? Mediante la transformación profunda de las estructuras sociales, poniendo en práctica un modelo de desarrollo más coherente, más justo, libre de consumismo y corrupción y que tenga como objetivo erradicar  el hambre y la miseria que padece un alto porcentaje de la población venezolana.”

Antes como hoy vuelvo a plantear esta urgencia. Y no es para mañana. Los líderes políticos, militares, religiosos, empresariales, así como de las ONG’s, tienen la responsabilidad moral, ética de detener esta violencia y agresión al derecho que tiene la población venezolana a una alimentación balanceada y de ingesta calórica adecuada. Evitemos el fantasma de la desnutrición y hambruna generalizadas. Aún estamos a tiempo. Evitemos la catástrofe humanitaria.

(*) camilodeasis@hotmail.com  TW @camilodeasis