Estatismo petrolero: un mito/dogma duro de matar

Estatismo petrolero: un mito/dogma duro de matar

MaduroRamirezPdvsa

 

Por Gustavo Coronel en Las armas de Coronel

Venezuela es un país cuyo liderazgo político se ha aferrado por años al mito de la industria petrolera en manos exclusivas del Estado, entendiendo por ello, no solo la propiedad del recurso en el subsuelo sino la propiedad estatal de la actividad de exploración y producción, lo que la industria petrolera llama el “aguas arriba” de la actividad. Esta obsesión enfermiza se ha exacerbado durante los 16 años de desastre chavista, para llevar la industria petrolera venezolana a lo que parecía impensable: la quiebra financiera y operacional. No vacilo en afirmar que la PDVSA roja que existe hoy es una empresa destruida e irrecuperable. Y no vacilo porque el desastre está a la vista de quienes lo deseen ver: exploración casi nula, producción en declinación, refinerías operando a dos terceras partes de su capacidad, tanqueros en construcción desde hace años, algunos desaparecidos y una comercialización politizada y entreguista que ha desembocado en el regalo o el subsidio criminal de más de medio millón de barriles diarios. A estas evidencias de colapso hay que agregar una empresa endeudada con China, Rusia, Japón y empresas extranjeras socias y una nómina de empleados ineficientes que ya llega a los150.000, muchos de ellos involucrados en siembras agrícolas, cría de cerdos y fábricas de ladrillos, entre otras actividades no petroleras.

Esto configura un cuadro dantesco de deterioro y fracaso, la culpa de los hampones que la han manejado durante estos años y de quienes han promovido el desastre por razones ideológicas. PDVSA, repito, es irrecuperable y debe dar paso a un modelo diferente de manejo del petróleo venezolano.

Aunque el petróleo como motor principal de la civilización se encuentra ya en cuenta regresiva, debido al terrible problema ambiental y a la aparición de fuentes de energía menos contaminantes, todavía tendrá un importante papel que jugar a nivel mundial por las próximas décadas. Sin embargo, es hora de ir pensando en el futuro de la Faja del Orinoco, ahora llamada por los hampones “Hugo Chávez Frías”. Cuando se mide el futuro del petróleo en décadas y se compara con el monto de los recursos de petróleo extra-pesado y bitumen que existen en la Faja, los cuales durarían 200 o más años a una tasa de producción que ni siquiera se está alcanzando hoy, es necesario enfrentarse a un escenario en el cual importantes porciones de esa Faja se quedarán para siempre en el subsuelo. No es necesario enfrascarnos en una discusión sobre si ello es cierto o falso. La racionalidad exige que este sea un escenario de xx% de probabilidad que debe ser tomado en cuenta por los venezolanos responsables (chavistas favor abstenerse).

El mensaje que deseo transmitir es que los venezolanos debemos enterrar ese mito pernicioso y acomplejado de la propiedad absoluta de la industria petrolera, algo que viene siendo repetido como mantra irreflexivo por todos los gobiernos que hemos tenido en los últimos 70 años.

Para ilustrar cuan arraigado está este concepto consideremos lo que nos dice la Compañía de Jesús, ese grupo tan preparado e inteligente, en un reciente editorial de su revista SIC:

Nos parece imprescindible que el Estado no sea el único ni el principal agente económico y que no lo sea en absoluto en lo tocante al ciclo alimentario. Sí nos parece que debe gerenciar la extracción del petróleo y obras de infraestructura, así como todo lo relativo a la seguridad social”. Para los Jesuitas el estado venezolano debe despojarse de la administración de sectores como el alimentario pero conservar el monopolio estatal de la actividad petrolera. Ni los jesuitas se salvan de esta deformación que nos mantiene en el atraso. No parecen pensar en lo que nos ha sucedido durante estos años! Voy más lejos: aún en sus mejores momentos PDVSA en manos del estado comenzó a mostrar señales evidentes de mediocrización. En los años 90, cuando todavía no había llegado la marabunta chavista a la empresa, ya PDVSA mostraba una cantidad excesiva de empleados, se había politizado significativamente, el presidente de la empresa para la época acariciaba ambiciones presidenciales y sus índices de operación la hacían aparecer como más cercana al resto de la administración pública venezolana que a sus pares de la industria petrolera internacional. Esa situación fue, probablemente, lo que llevó a la decisión de terminar con las tres empresas filiales operadoras y la aparición de la terrible figura de la empresa única. A pesar de estas señales ya remotas y del posterior desastre de la PDVSA en manos del Estado, los editorialistas de SIC reafirman el dogma de una industria petrolera estatal, concepto que ha fracasado en casi todo el mundo, excepto en Noruega, país que ha domado el dragón petrolero y lo ha puesto al servicio de su progreso integral. De resto véase el desastre que fue Pertamina, en Indonesia y que han sido PEMEX en México, YPF en Argentina, YPFB en Bolivia, la ENI de Matei y, ahora, la Petrobras de Roussef. Nada, sin embargo, se compara a la tragedia venezolana encarnada en PDVSA y sus gerentes hamponiles.

Paradójicamente, el editorial de SIC así lo reconoce, cuando dice: “Si quienes administran la cosa pública no quieren cambiar de esquema y se empecinan en más estatismo, en que el Estado sea el único distribuidor, en más controles, lo que se obtiene es mayores gastos por parte del Gobierno, más carestía, menos productos, la aniquilación del circuito económico y la empresa privada, y sobre todo, el aumento galopante de la corrupción y los círculos mafiosos… Aunque, como este mismo esquema se aplica a PDV, la empresa productora de petróleo ha dejado de ser una verdadera empresa y, según indicadores oficiales de 2014, los costos de producción han subido más de 100 %, mientras, paradójicamente, se produce menos que cuando Chávez llegó al poder y, en consecuencia, ingresan proporcionalmente menos divisas. Todo esto es una crueldad con la población, una tiranía para con los ciudadanos; pero, antes que eso, una falta increíble de solvencia, de profesionalismo, que priva de legitimidad al Gobierno”.

SIC admite el desastre petrolero en manos del Estado pero, al mismo tiempo, reafirma la necesidad de que sea el estado el que siga manejando esa industria. Es necesario que los venezolanos nos salgamos de esa prisión mental. La industria petrolera venezolana puede seguir siendo controlada por la Nación sin que tenga nada que ver con su operación directa. Es necesario dejarnos de mitos y complejos.

En 1976 se “estatificó” la industria petrolera, no se nacionalizó, puesto que fue el estado venezolano el cual se adueñó de sus ingresos. Y el estado venezolano no ha sido el servidor de la Nación sino su victimario. El estado venezolano ha sido sinónimo de gobierno y gobierno ha sido sinónimo de presidente, llámese Pérez Jiménez, Betancourt, Caldera, Pérez o Chávez. Y, en mayor o menor grado, todos ellos han manejado el ingreso petrolero con casi total discreción con las excepciones honrosas de Betancourt, Leoni y Caldera I. El estado ha usurpado el lugar de la nación, reduciendo a los venezolanos a ser seres dependientes del paternalismo gubernamental, frecuentemente populista.

Este predominio del estado sobre la Nación ha llevado, entre otros, al mito/dogma del monopolio estatal de la industria petrolera. Lo cierto es que hay modelos de manejo de esa industria (o de cualquiera otra) que pueden garantizar el control de la nación sin exponerla a los riesgos y gastos que caracterizan esa actividad. Es este tipo de modelo el que una nación progresista, desprovista de complejos e ideologías embrutecedoras, debe crear tan pronto salga del poder la pandilla chavista, la pandilla que ha destruido la industria petrolera venezolana en nombre de una absurda “soberanía nacional” que no existe en un país políticamente en manos de Cuba y financieramente en manos de China.

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Gustavo Coronel es geólogo, exdirector de Pdvsa, escritor, conferencista y blogger

 

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