En fin, todo parece concluir en que la oposición nada tiene que ofrecer a los venezolanos, distinto a la mediocridad, la ineficiencia, el latrocinio y la estulticia que padecemos. Casi parece una invitación a resignarnos.
Y resulta, amigo lector, que no es verdad. No es cierto que lo único que ofrece la oposición es sacar a Maduro de Miraflores (que de paso, no es poca cosa). La oposición ofrece a Venezuela el más maravilloso de todos los programas.
La oposición ofrece la siguiente bicoca: restablecer la democracia. ¡Casi nada! Tirios y troyanos, radicales y moderados, tradicionalistas y recién llegados, electoralistas y guarimberos, huevos fritos y atorados, marxistas y capitalistas, socialdemócratas, socialcristianos y liberales coinciden, sin diferencia alguna, en el mejor programa que se le pueda ofrecer a Venezuela: El gobierno del pueblo, para y el pueblo y por el pueblo. El respeto a los derechos humanos. ¡Una pelusa!
La oposición ofrece que las elecciones sean organizadas, preparadas e implementadas por una autoridad electoral imparcial; que en los comicios venideros nadie goce de ventajas indebidas; que los dineros y bienes públicos no estén al servicio de una parcialidad; que el voto de cada venezolano se cuente, que la voluntad del elector sea respetada y que pueda formarse a través de una información abierta y libre. Todo ello se completa con el regreso a la alternabilidad republicana. Casi nada pues…
La oposición ofrece volver a la discusión política. Sacar de ella la descalificación y el insulto; dar a todos la oportunidad de decir lo que piensan a través de medios independientes y libres; regresar a la cordialidad en el trato que siempre fue una característica de la política venezolana; eliminar el odio y el resentimiento. Regresar al diálogo, recordando, como decía Antonio Machado, que para dialogar primero hay que escuchar; que nadie vaya a la cárcel por pensar distinto o, simplemente, por pensar.
La oposición quiere un Parlamento que legisle y que controle al gobierno. Una Asamblea Nacional que no delegue sus funciones de manera irresponsable y sumisa. Una representación popular que interpele a los ministros, investigue irregularidades y censure a los responsables. Unos legisladores que discutan, propongan, argumenten y rectifiquen para finalmente aceptar la decisión de la mayoría, respetando los derechos de las minorías. Y, como si fuera poco, una Asamblea presidida por un parlamentario y no por un patán.
La oposición quiere esta bobería: que la justicia tenga los ojos vendados; que el Poder Judicial la imparta con sabiduría y sapiencia; que los jueces no oigan los dictados de nadie y que conozcan el derecho; unos magistrados que no tengan que temer la cárcel y el oprobio cuando decidan en contra de los poderosos; unas sentencias que protejan los derechos de los venezolanos, apliquen e interpreten la ley y que no la atropellen o pretendan modificarla; un Ministerio Público que no sea instrumento de venganza de nadie.
La oposición quiere una Contraloría que controle; que investigue las denuncias de corrupción; que sancione a los culpables; que no sea un instrumento político; que no inhabilite a nadie.
La oposición coincide en que la educación tiene que ser la primera prioridad, que todos deben tener acceso a ella; que los maestros y profesores tengan un sueldo digno; que los programas educativos no pretendan lavarle el cerebro a nadie; que las universidades recuperen la autonomía; que los estudiantes estudien para que la meritocracia deje de ser una mala palabra y vuelva a ser la puerta que se abre a los mejores.
La oposición propone volver a la libertad sindical, a la discusión de contratos colectivos, a los fueros que protegen a quienes dirigen a los obreros y campesinos, al ejercicio del derecho de huelga dentro del marco de la ley; devolver al trabajo su dignidad, eliminando las limosnas y el bachaqueo.
Toda la oposición coincide en que hay que respetar la libertad económica consagrada en la Constitución; nadie justifica o discute la incapacidad del gobierno en el manejo de las empresas expropiadas; todos coinciden en querer crecimiento económico, abastecimiento y empleo productivo con un sector privado grande, fuerte y sano.
La oposición quiere una Fuerza Armada apolítica, que esté al servicio de la nación y no de una parcialidad; que tenga el monopolio de las armas; que no tenga que obedecer a extranjeros; que los militares se dediquen a la defensa de la patria, a estar preparados para la guerra para que esta nunca ocurra; que sus componentes tengan los mejores equipos y que no se compre chatarra para que los vivos se enriquezcan; que Venezuela no tenga que soportar el desprecio y las amenazas de un generalote guyanés que sabe que nuestro Alto Mando recibe instrucciones de Cuba y que no tiene nada que temer cuando nos enseña los dientes.
Dirá alguno que con la democracia no se resuelven todos lo problemas y es verdad. Pero no solo se resuelven algunos muy importantes sino que se abre el camino para que, con una discusión libre, se proponga cómo conciliar las opiniones encontradas que sí existen y se resuelvan los demás.
La oposición sí tiene programa y en torno a él existe un total consenso.