Los resultados de ese costoso e inútil periplo no sorprenden. No podían ser otros. Se produjo impulsado por la fuerza de la desesperación, el desconcierto y la improvisación. La Cancillería –o lo que queda de ella- no negoció de antemano ninguna declaración conjunta, ni concertó ninguna estrategia con los países que recibirían al jefe del Estado.
Lo que sí generó cierto desconcierto fueron sus declaraciones iniciales, una vez de retorno en el país. Dieron la impresión de que hubiese viajado en una carreta y que hubiese estado en la atrasada y paupérrima China de Mao o en la menesterosa Rusia de Stalin. Llegó hablando de profundizar el modelo comunista. ¿Y no es acaso ese modelo –que los chinos abandonaron hace 36 años y Rusia 24- el causante fundamental de las desgracias que azotan a la nación? ¿No es por haber acosado la iniciativa particular, reducido la propiedad privada y destruido el aparato productivo que estamos colapsados?
Maduro fue a pedir auxilio a expaíses comunistas donde ahora imperan economías de mercado, se resguarda la propiedad y se estimula la iniciativa particular, y el Estado tiene cada vez menos presencia en la actividad económica. Los chinos han privatizado varios millones de pequeñas empresas. El mismo camino lo emprendieron los rusos. El mismísimo Lenin, en 1921, ante el fracaso del Comunismo de Guerra, dio un giro e introdujo la Nueva Política Económica (NEP). Deng Xiaping, considerado el padre de la nueva China, modificó la política económica diseñada y aplicada por Mao durante el aciago período de la Revolución Cultural. Para introducir los cambios que convirtieron a al gigante asiático en la segunda potencia mundial, Deng encaró a la Banda de los Cuatro, que contaba con Chiang Ching, la poderosa y fanática viuda de Mao. La proscribió y, de paso, la encarceló. Su determinación a combatir los ancestrales prejuicios marxistas y la macerada ignorancia de la izquierda maoísta, catapultaron a China al lugar donde hoy se encuentra. Deng era, sin duda, un hombre inteligente y decidido. El líder rojo carece de esos dos atributos. Quedó petrificado en el pasado.
Sus declaraciones al regresar, se prolongaron con su desabrida y confusa intervención en la Asamblea Nacional. Controlará la escasez y el desabastecimiento con una agresiva supervisión de las distribuidoras mayoristas. Su vocación policial no declina. Se propone una macro devaluación del bolívar, pero no se atreve anunciarla. Ve la necesidad de incrementar el precio de la gasolina, sin embargo, remite la decisión a una quimérica discusión pública. Es demasiado pusilánime. Solo sabe gobernar para agredir a la oposición.
Para descifrar el nuevo esquema cambiario hay que cursar un doctorado en finanzas. En vez de cuatro tipos de cambio, como existen actualmente, “solo” habrá tres: el de 6.30, concebido para favorecer a los vivos que se enriquecen bajo la sombra del Estado; el SICAD, que se subastará; y un tercero que se suministrará a través de las casas de bolsas públicas. Lo que nadie sabe es cómo se obtendrán los dólares para las subastas y las casas de bolsa (desde hace más de dos meses no se convoca ninguna puja). Habrá que esperar nuevos y aún más borrosos anuncios de los ministros de Economía.
El país no tiene un Presidente que ordena y dirige, sino un majadero nostálgico del marxismo más apolillado y retrogrado, que ni siquiera viajando con todo confort a los expaíses comunistas, se convence de que el futuro de Venezuela se encuentra en la economía de mercado.
@trinomarquezc